CUÁLES SON LAS VÍCTIMAS MÁS COMUNES
Los hijos no deseados
No todos los niños tienen la dicha de venir al mundo en medio del amor de dos padres que
lo han esperado y deseado por nueve meses o seguramente desde mucho antes. Unos, a
medida que van creciendo, van sintiendo de maneras a veces directas y otras menos directas o
sutiles, la carencia de ese afecto tan necesario para un desarrollo psico emocional sano. Si
bien, la sobreprotección puede ser la expresión de la culpa paterna o materna que intuye su
falta de aceptación del hijo, es más común que ésta se exteriorice por actitudes recriminatorias
frecuentes y desde muy temprano, por el castigo de tipo físico. El hijo no deseado puede
representar varias cosas: la obligación de responsabilizarse de un ser que limita en gran
medida la libertad de movimientos, o quien sabe, la interrupción de un determinado plan de
vida como una carrera, y que además exige una serie de deberes de parte del padre, quien si
no tiene la madurez suficiente para aceptarlo, muy pronto empezará a dar señales de
frustración e irritación; la decepción permanente, no superada, por tener que ocuparse de un
hijo que no satisface las esperanzas depositadas antes de su llegada, ya sea porque se
esperaba fuera del sexo contrario, de características físicas distintas, o porque, como también
se mención más arriba, es el testimonio vivo de una relación que no se acepta.
En un estudio de Álvarez, Salas y Silva publicado en 1998, se comparó a familias con donde
había niños con síndrome de maltrato con otras de iguales características socioeconómicas, de
estructura familiar, sexo y edad de los menores, se detectó que el 90.9% de los niños
maltratados fueron hijos no deseados. En este estudio el 73% de las familias era de estrato
social bajo y aproximadamente un 26% de estrato medio.
Los niños de cuna
El grupo más expuesto a sufrir daños físicos, incluyendo la muerte, es el de los niños de
cuna, quienes por naturaleza, lloran a menudo por diferentes motivos: cuando tienen hambre,
sueño, malestar gástrico, están enfermos o quieren que se les cargue. Son inocentes que se
acaban de asomar a la vida después de haber estado confortablemente en el útero materno y
no saben aún de horarios ni de la pertinencia de sus demandas en el mundo de los adultos.
Padres, madres y cuidadoras, pierden fácilmente la paciencia, especialmente en horas de la
noche cuando el llanto del niño les interrumpe el descanso, dándose en esas circunstancias la
pérdida del control y el maltrato de cuna. Otras veces se trata del bebé que rechaza el
alimento, lo que puede suceder porque le resulta desagradable, está ya satisfecho, tienes
distensión por gases, o porque está en brazos de una madre o una nana a las que percibe
tensas e impacientadas, las cuales pueden reaccionar forzando la ingesta del alimento, con la
posibilidad de provocar lesiones orofaríngeas. También pueden responder con otro tipo de
acometidas como golpes en la cabeza y sacudidas bruscas contra el tierno e indefenso niño.
Una investigación realizada en Cuba durante los años 1989 y 1990 reportó el maltrato como
causa de muerte en el 40 % de fallecidos. Reportes de la National Child Abuse and Neglect
Data System revelaron que en el 2006, 91 mil bebés menores de un año sufrieron abuso o
negligencia. De estos, 29 mil lo padecieron en la primera semana de vida y un 13.2 por ciento
de estas víctimas sufrieron abuso por parte de un cuidador. También se ha revelado que en los
Estados Unidos la negligencia y el abuso son las causas principales de muerte en los niños y
que cerca del 19 por ciento de las muertes por maltrato infantil son de niños menores de un
año.
Los hiperactivos
La inquietud motora en estos niños es más acentuada en la primera década de la vida. Se
empieza a manifestar cuando se ha logrado el control de la marcha bípeda y se va atenuando
hacia la pubertad con diferencias de un niño a otro. Nos referimos aquí al menor que presenta
lo que se conoce como síndrome de hiperactividad y déficit de la atención, caracterizado por
una movilidad mayor de lo habitual según la edad, poco control de impulsos y mucha dificultad
para lograr la atención en tareas que la requieren como los deberes escolares y otras. No se
trata de formas de conducta esporádicas o transitorias, sino de la forma de ser habitual del niño
que se continúan en la adolescencia y la adultez, aunque como ya se indicó, la inquietud como
tal disminuye con el tiempo, si no del todo, al menos no es tan marcada como en los primeros
10 o 12 años de la vida. Las peculiaridades del hiperactivo lo ponen en riesgo de recibir
rechazo de quienes lo rodean, incluidos los compañeros de escuela, y de sufrir castigos más a
menudo que el niño no hiperactivo. De hecho, esta condición se suele agravar por las
reacciones punitivas de los padres y los maestros a quienes colman la paciencia debido a sus
conductas incontrolables. Hay que añadir a los síntomas mencionados, la mayor incidencia en
ellos de torpeza motora así como de problemas para el aprendizaje, aspectos que contribuyen
aún más a los conflictos con los adultos.
Los padres de los niños hiperactivos reciben más quejas de la escuela, más reportes de
fracasos académicos, más reclamos de los vecinos enfrentando por tanto más dificultades en
su crianza. Es conocido el trastorno oposicionista desafiante que presentan muchos niños y
adolescentes hiperactivos, en parte por su temperamento difícil y en parte como respuesta a la
hostilidad del medio.
El sistema educativo tradicional, con sus métodos homogéneos que no toman en cuenta la
diversidad de las capacidades y estilos de aprendizaje, contribuye de manera importante a
hacer del hiperactivo un alumno fracasado y desadaptado. Un estudio reportado en 1998 por
Barkley en los EE.UU., demostró que más del 46% de los hiperactivos no terminan la escuela
secundaria, un 39% repiten al menos un año escolar, y un 10% son suspendidos. Si además,
estos niños se crían en hogares disfuncionales, o con uno o ambos padres con problemas de
personalidad o poco pacientes, los problemas de conducta se exacerban. Una de las
consecuencias de ser hiperactivo en la niñez es el maltrato físico y psicológico, el que a su vez
puede inducir a comportamientos agresivos dentro y fuera del ambiente familiar, abocándose a
la conducta delictiva, especialmente en los ambientes socialmente desfavorecidos. De hecho,
cuando se asocian hiperactividad con conducta agresiva, el pronóstico de estos jóvenes es
más sombrío en cuanto a su adaptación social.
Los fracasos a que se abocan muchos hiperactivos en el sistema escolar tradicional, los hace
abandonar los estudios en edades en las que aún no están preparados para afrontar la vida con
responsabilidad, con el agravante de sus problemas de aprendizaje y emocionales, por lo que les
resulta más fácil caer en la criminalidad o en el consumo de drogas. A la larga, muchos, al no
seguir sus estudios, aunque no hayan caído en una mala vida, tienen problemas para lograr una
estabilidad laboral y personal.
Los que tienen bajo rendimiento escolar
El estudiante que tienen problemas para rendir en la escuela, por las razones que sean, es
también víctima habitual de castigos de todo tipo. Muchos padres toman el bajo rendimiento
escolar del hijo culpándolo de falta de interés, de no estudiar lo suficiente, de perder el tiempo
en la escuela, y en ciertos casos de familias en conflicto, como una forma de castigo o
venganza de parte de aquel hacia ellos.
Al desconocer las diversas causas de los fracasos escolares (dentro de las cuales no
escapa el sistema escolar, que hace tabla rasa de todos los alumnos sin considerar las
diferencias individuales y pone a estos al servicio del sistema educativo y no al revés), no son
capaces de discernir adecuadamente al respecto. De las sanciones por privación (de juego, de
televisión, de fiestas, etc.,), se pasa fácilmente a los azotes ante la repetición de las malas
notas, “a pesar de las advertencias”. No es infrecuente que los maestros vean llegar alumnos
con moretones en el cuerpo u otras lesiones por maltrato en el hogar, el cual se genera ante las
notas de quejas de mala conducta en el aula o por las calificaciones de tareas y exámenes.
También sucede con cierta regularidad, que en el empeño de estudiar con el hijo, se acabe
perdiendo la paciencia y agrediéndolo porque “no entiende”, porque “no pone atención”, porque
“no quiere seguir indicaciones”, etc.
Niños con condiciones discapacitantes
Las personas con condiciones discapacitantes desde su infancia como el autismo, la
parálisis cerebral, la discapacidad intelectual, la sordera o la ceguera, dependiendo de que tipo
de familia o de padres les ha tocado en suerte tener, serán o muy queridos o muy rechazados.
Hay padres de niños con discapacidades que dedican sus vidas por completo a trabajar por
ellos y a procurarles una vida satisfactoria en la medida de lo posible. Son los padres que día a
día luchan contra las injusticias de sistemas sociales que marginan y les impiden el acceso a la
igualdad de oportunidades a sus hijos. Son también los que llevan adelante las asociaciones de
familiares para el logro de sus legítimas aspiraciones.
Sin embargo, otras personas con estas condiciones no han tenido esa misma fortuna,
naciendo y creciendo en ambientes familiares poco propicios o muy negativos para su
desarrollo y para la superación de las barreras de todo tipo con las que se van encontrando en
la vida. Padres hay que, decepcionados por no haber tenido un hijo “normal”, no tardan en dar
señales de rechazo optando por abandonar el hogar, lo que sucede más entre los de sexo
masculino, marginándose de los cuidados diarios del niño, adoptando actitudes recriminatorias
y muy duras en medio de un proceso mental de negación. Otras veces, la negación se da como
negligencia en el seguimiento de las indicaciones de los profesionales, no cumpliendo con las
citas que se le dan en las clínicas y centros de terapias (exonerando de culpa a quienes por
razones de otro tipo no pueden hacerlo), o siendo irresponsables en el cuidado del hijo en la
casa. Los padres que muestran actitudes como las que he mencionado, son más inclinados a
perder el control en determinados momentos y caer en el maltrato tanto corporal como
psicológico.
Las estadísticas de maltrato a niños con discapacidades muestran cifras mayores en
comparación con la población pediátrica sin discapacidades. La Sociedad Internacional para la
Prevención del Abuso y la Negligencia contra los Niños (ISPCAN), informó que según un
estudio realizado en el año 2000, se vio que los niños con discapacidad, tenían una
probabilidad de ser víctima de maltrato 3,4 veces mayor que la de sus pares no discapacitados.
Se reveló que los riesgos relativos de sufrir maltrato según el tipo de discapacidad en
comparación con los demás niños eran las siguientes:
Trastornos de conducta + 6,3
Problemas de lenguaje + 4,1
Retardo mental + 3,3
Problemas de salud + 3,0
Discapacidad auditiva + 2,5
Problemas de aprendizaje + 2,0
Problemas de visión + 2,0
Discapacidad física + 1,5
Discapacidades múltiples + 1,4
Las condiciones de pobreza en la que viven el mayor porcentaje de los niños y
adolescentes con discapacidades en países del tercer mundo, los expone mucho más a sufrir
de abusos físicos o sexuales.
Los que tardan en obedecer
La obediencia es una conducta con la que no se nace; se debe ir aprendiendo durante el
crecimiento y de manera razonable. No se trata de someter al niño, de convertirlo en un
autómata que reaccione de inmediato como y cuando queramos; que haga lo que le
ordenamos porque sí, sin derecho a explicaciones ni a la posibilidad más mínima de cuestionar
el mandato. Hay que entender que los niños, igual que deben aprenderlo casi todo, también
deben aprender a obedecer cuando sea necesario para su buena crianza y educación,
comprendiendo el por qué de lo que debe cumplir, comprensión que en la medida que su
intelecto se va desarrollando, se debe ir haciendo cada más razonada. Así, lo que en un
principio puede parecer una acción obligada desde fuera, tiene que ir dando lugar a un modo
de comportamiento que no necesita la orden ni la presión externa para que se cumpla porque
es un deber que forma ya parte de los esquemas mentales de la persona.
Los de temperamento enérgico y asertivo
Los niños tienen tendencias temperamentales diferentes, las cuales pueden oscilar entre la
pasividad y quietud, la movilidad y la asertividad con un abanico de grados entre esos
extremos. Los que exhiben comportamientos más extravertidos, que por naturaleza están
siempre buscando estímulos, tratando de dirigir las acciones, liderizando a los demás niños,
imponiendo siempre su personalidad, son los que con más frecuencia entran en conflicto con
los adultos, especialmente si estos son poco pacientes y comprensivos, o si están bajo un nivel
de estrés que los predispone a la irritación. Si estos enfrentamientos se hacen habituales,
pueden llevar al niño a conductas francamente rebeldes u oposicionistas que agravan más la
situación. La energía que impulsa a estos menores y se despliega a través de la actividad y de
su afirmación constante, debe ser canalizada adecuadamente evitando así que se conviertan
en motivo de discordia, ya que el niño no es eso lo que está buscando, sino que lo dejen
moverse en “su mundo”, ser él mismo, que le dejen campo abierto a su creatividad y a su
capacidad de autodeterminación.
Los que pelean
Vivimos en un mundo que no solamente no ha logrado disminuir la violencia social y
familiar, sino que la ha visto crecer. Los jóvenes están experimentando los actos de violencia
constantemente, en sus casas, en la calle, en las escuelas, en los medios de comunicación a
los que ya he aludido. Las conductas violentas se dan más entre los adultos y son estos
quienes además de dar el mal ejemplo en este sentido, son quienes crean, publicitan y divulgan
toda clase de espectáculos violentos para los niños y jóvenes (en películas, series de
televisión, video juegos, en Internet, espectáculos de lucha libre y boxeo, novelas en la que los
personajes muestran diferentes comportamientos agresivos, etc.).
Resulta paradójico como hay padres y educadores que ante un comportamiento violento de
un menor, hacen ellos mismo uso de la violencia para corregirlo. Mientras escribía este libro,
tuve la experiencia de ver y escuchar al presentador de un programa de opiniones en
televisión, decir que a unas niñas adolescentes en uniforme escolar que habían sido filmadas
peleándose en una parada de autobús, había que darles un correazo a cada una. Es
lamentable que la ignorancia de estos temas incline a la gente a caer en estos absurdos, pero
lo es más cuando se lanzan en un medio de comunicación. En el caso de que se hubiese
tratado de dos adultos en una pelea callejera, todos pensarían que lo correcto hubiera sido que
se llamara a un policía para que los separara y, si ameritaba el caso, llevarlos ante un
corregidor o un juez por alterar el orden público, pero no que el agente del orden acudiera al
tolete para castigarlos. No es que aquellas niñas no requirieran una acción disciplinaria, pero
no es mediante la violencia que se va a lograr que analicen lo sucedido, se reconcilien y se
eduquen. Además, habría que preguntar al presentador de televisión porqué no lamentó que
ningún adulto de los que estaban presenciando a las niñas pelear intervino para separarlas. La
culpa al final siempre recae sobre los menores. En casos como estos puede haber un trasfondo
de influencias que pueden impulsar a los jóvenes a agredirse con cualquier excusa. Puede
haber padres que los inciten para que se defiendan de un compañero o compañera que
hostiga, puede haber violencia intrafamiliar, etc. Y finalmente, ¿cómo se pretende resolver un
problema de violencia acudiendo a más violencia?
Los que roban, ya sea en la casa, la escuela u otro lugar
El apropiarse de algo ajeno es una conducta muy común en la niñez. Generalmente se trata
de cosas sin mucho valor, como pastillas en alguna tienda, algunas monedas de la cartera de
la mamá o la abuela, lápices u otros útiles escolares de compañeros, etc. No se trata de sugerir
que sea algo que no se deba corregir, pero, lo lamentable del asunto, es que no pocas veces
es causa de maltrato en los hogares. Hay niños que roban de manera más persistente en la
escuela, en la casa e incluso en casa de amistades. Se trata de menores que tienen algún tipo
de problema afectivo y el hecho de apropiarse de algo, aunque no le vaya a ser de mucha
utilidad, les proporciona una especie de compensación temporal de su desequilibrio emocional.
Suelen ser personas con baja autoestima. Muchas veces, roban dinero de la casa para
repartirlo con las amistades o comprar golosinas para regalarlas, tratando de esa manera de
lograr aceptación.
Que a un padre o una madre le den la queja de que su hijo o hija está robando cosas en la
escuela, o en una tienda, es fuente de mucho malestar y vergüenza, y en su desesperación,
intentan corregir castigando físicamente además de aplicar otras sanciones. Los golpes, en
estos casos, tienen la pretensión de que el niño no siga robando, y sobre todo, de que no se
convierta en un ladrón en la vida adulta. No se percatan estos padres de que tales medidas que
quieren ser reformatorias y preventivas, no consiguen estos objetivos sino que, por el contrario,
los suelen agravar, especialmente en aquellos niños que tienen un problema emocional de
fondo. Al ser golpeados duramente por sus padres, sienten que no se les quiere y se
profundiza más su baja autoestima.
No podemos entrar aquí a describir la forma de manejar estos problemas y otros que se han
citado porque no es esta una obra de tipo clínico, pero sí diremos que los correctivos deben ser
de tipo pedagógico y afectivos, sin por eso querer decir que no puedan haber algunas
sanciones, pero siempre enmarcadas dentro de lo educativo. Si los padres no logran eliminar
las conductas de robo del hijo, deben acudir entonces a ayuda profesional, entendiendo que las
terapias en estos casos no dan resultados inmediatos pero sí a mediano y largo plazo. Un
factor positivo sería la participación activa de los padres en los procesos terapéuticos.
Los que mienten
Los niños mienten muchas veces, qué duda cabe. Sin embargo, no mienten más que los
adultos. De esto tampoco tengo dudas. Los menores mienten por diferentes razones: unas
veces son mentiras fantasiosas que por lo general no perjudican a nadie; otras son mentiras
para proteger a un compañero o hermano; también lo hacen para protegerse de malos tratos
de parte de los padres y maestros; y otras, las menos, por hacer daño a alguien. Incluso estas
últimas se dan sin que el niño calumniador tenga una conciencia clara de las consecuencias de
sus afirmaciones. Cuando se sorprende a un niño en una mentira, se debe analizar bien las
circunstancias en las que ésta se dio, lo que supone averiguar si el niño está atravesando por
algún problema psicológico, escolar o familiar que lo induzca a ello, y no abocarse, como lo
hacen muchos padres, a dar azotes para “enseñarle al niño a no mentir”. Igual que dijimos
para las conductas de robo y otras, es necesario actuar de una manera más razonable, más
pedagógica y tratar de solucionar cualquier problema de fondo que pueda existir en el niño o en
el ambiente en el que éste se desenvuelve.
Es usual el que a un niño se le castigue de diversas maneras, incluyendo los golpes con
correa, cuando se descubre que está escondiendo calificaciones académicas o notas que los
maestros envían a los padres. La reacción agresiva causa tanto miedo al niño, que prefiere
arriesgarse en una segunda ocasión a preferir que el padre o la madre agresores vean una
mala nota o una queja del maestro, porque generalmente está amenazado de que antes esas
circunstancias también será castigado severamente.
Los adolescentes que llegan tarde a sus casas
En el mundo moderno, los adolescentes hacen vida nocturna en horarios más extendidos
que en la época de dos o tres generaciones atrás. Habría que preguntarse ¿quiénes los atraen
a esa vida de trasnoche? ¿No son los mismos adultos que preparan espectáculos y centros de
diversión para hacer negocio con esa población juvenil? ¿O los padres que permiten que se
hagan fiestas hasta altas horas de la noche? Sí las respuestas son afirmativas, en todo caso
¿quiénes son los responsables de la vida nocturna de los jóvenes? Si son los adultos, habría
que sugerirles a ellos y a las autoridades que se regulen mejor estas actividades, sobre todo en
un país con tanta inseguridad en las calles y tan plagado de drogas perjudiciales (alcohol
incluido).
El cómo reaccionen los padres ante la llegada de un hijo o hija a altas horas de la noche a la
casa, dependerá de varios factores. Uno: el sexo del joven. Si se trata de una niña, la reacción
será de recriminación y castigo; si se trata de un varón, se acepta más, y en todo caso, se
habla con él y se le pide que llegue más temprano pero sin insistir mucho. Segundo: de las
características de los padres o del padre varón. Hay padres varones muy celosos de sus hijas
que aceptan de muy mal grado que éstas salgan a fiestas o actividades similares con grupos
de amigos. He conocido en mi práctica clínica, padres que ni siquiera permitían a la hija
adolescente salir de la casa, a no ser que fuera con la madre, con él o a la escuela. Padres tan
extremistas como estos, suelen decir a sus hijas que ya tendrán tiempo para andar por la calle
cuando sean mayores de edad. Naturalmente que la reacción en las hijas es de desesperación
ante esa especie de “cárcel doméstica” y, no es infrecuente, que se embaracen ante la menor
oportunidad para abandonar el hogar, o que traten de irse a vivir con otros familiares más
comprensivos. Tercero: de cómo han sido las relaciones entre el o la joven y sus padres. En
hogares donde existe un nivel de conflicto alto, puede suceder que los jóvenes anden sin
supervisión por la calle a cualquier hora, o por el contrario, que los padres les impongan límites
muy estrictos, ya sea como castigos, ya sea como forma de tenerlos controlados. Cuarto: del
contexto sociocultural en el que se vive. En barrios marginales, las escapadas nocturnas y las
llegadas en la madrugada e incluso, el dormir fuera de la casas sin permiso, son más comunes
y menos penalizadas que en familias de clase media y alta, sin querer decir con esto que no se
dan en aquellas conflictos serios por tales motivos. Las agresiones físicas se dan en estos
casos con cierta frecuencia y de maneras muy fuertes a esas horas tardías, especialmente
hacia las hijas, que como hemos dicho, se les tolera menos el estar fuera de la casa de noche.
Las adolescentes que mantienen noviazgos ocultos
Con el modo de vida actual en el que se da una mayor actividad social de los jóvenes, con
escuelas que son casi todas con muy pocas excepciones, de tipo mixto, con la influencia de la
televisión con sus novelas y otros programas de alto contenido sexual, las películas, las
revistas, las diversiones como las que ya se han mencionado y la desaparición de los tabúes
sexuales que caracterizaron a otras épocas no muy lejanas, se hace más natural el que los
adolescentes quieran explorar las relaciones amorosas desde edades más tempranas. Los
conflictos generados por estas relaciones producen muchos trastornos en ellos, como los
derivados de la falta de aplicación al estudio, de las deslealtades entre amigos, las ansiedades
y depresiones por rotura de noviazgos o por celos, los intentos de suicidio por las mismas
razones y también los que se crean en los hogares cuando hay padres que se oponen
rotundamente a los amoríos, también aquí, especialmente y casi exclusivamente de las hijas.
En las salas de internamiento para jóvenes con problemas psiquiátricos, es habitual recibir
niñas adolescentes que han intentado el suicidio, o que han sido maltratadas en sus casas por
tener relaciones amorosas. Estos noviazgos de adolescencia, se ocultan cuando la joven sabe
que los padres, más el padre, reaccionará de manera violenta contra ella y contra el novio. Este
ocultamiento trae como consecuencia otros problemas que a su vez, crean conflictos con los
padres y por lo tanto, castigos (ausentarse de la casa para verse con el novio, bajar el
rendimiento escolar, estar irritable, etc.).
Los padres más sensatos, en plena comprensión de la naturalidad del atractivo entre
jóvenes en la adolescencia, por aquello que se ha llamado “la explosión hormonal”, y de que es
contraproducente oponerse de manera radical a esas relaciones, tratan de hacer acuerdos con
las hijas y de educarlas sexualmente para evitar que se generen otros problemas. Los
acuerdos pueden consistir en la aprobación del “noviazgo” siempre que se conozca al
muchacho y a su familia, que se respeten horarios, que los lugares de encuentro sean
conocidos, que ambos jóvenes estén conscientes de los peligros de una relación sexual
prematura y sin los cuidados necesarios, etc.
Se debe colegir, después de todo lo que hasta aquí llevo escrito sobre lo inconveniente de
los castigos corporales como medidas disciplinarias, que tampoco son aceptables para impedir
los noviazgos. Más bien introducen un elemento que agrava la situación y empuja a los jóvenes
a llevar la contraria. Contra la naturaleza no se puede actuar; lo que se debe hacer es saber
como canalizar sus energías para que en vez de ser dañinas, sean productivas.
Los que tienen tendencias de comportamiento contrarias a su género.
Las maneras afeminadas en los niños no son necesariamente señal de que serán
homosexuales, pero si hay una conexión muy fuerte entre ambas cosas. No obstante, la
homosexualidad no es considerada hoy una enfermedad, sino una forma de ser, que a no
dudar, tiene influencia de componentes biológicos (aún en estudio) y ambientales (de
experiencias durante el crecimiento). En nuestras sociedades, no es algo que se acepte sin
más, ya que la tradición, tanto cultural como religiosa, lo ve como algo ofensivo y degradante, a
pesar de que en los últimos años los grupos que defienden el derecho de los homosexuales a
no ser discriminados de manera alguna, han ganado terreno. Pero, en muchas familias, el tema
siguen siendo un tabú y cuando uno de los hijos, empieza a mostrar amaneramientos, los
padres suelen reaccionar con mucha dureza y las madres con mucha ansiedad.
Generalmente, el padre, más que la madre, se afecta y reacciona agrediendo al hijo verbal y
físicamente, hasta que llega un momento que del maltrato, pasa al alejamiento cuando
considera que no hay nada más que hacer. Muchos niños y jóvenes con inclinaciones
contrarias a su sexo genético-anatómico, temen decirlas abiertamente por no recibir insultos o
golpizas de parte de sus padres. No es raro que los adolescentes homosexuales sientan rencor
hacia sus padres varones y se sientan más apegados a sus madres de quienes sienten que
reciben más comprensión. Recuerdo a un padre que cuando llegaba a su casa bajo los efectos
del alcohol, despertaba al hijo con golpes porque lo percibía afeminado.
Que un padre o una madre no acepten la tendencia homosexual de un hijo o hija, es algo
que puede ser tratado en las clínicas de psicología o psiquiatría, pero no justifica el uso de la
violencia verbal o corporal contra ellos. No por mucho agredirlos se conseguirá que dejen de
ser amanerados u homosexuales. Mientras que un padre más comprensivo y afectuoso, puede
ayudar a un hijo pequeño a superar conductas y tendencias no propias de su género, en
aquellos casos en que no hay en realidad una predisposición muy marcada hacia la
homosexualidad, las actitudes de rechazo y agresión son contraproducentes.
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