POR QUÉ NO GOLPEAR A LOS NIÑOS
El niño es ante todo un ser con derechos (argumento humano).
La razón principal por la cual no debemos agredir a los menores de edad, no importa cuál
sea la excusa que se de, es que toda persona tiene derecho a que se le respete su integridad
física, psicológica y moral independientemente de su edad. Es simplemente una conducta que
contradice los valores humanos. Si queremos que nuestra especie se enrumbe por la senda del
verdadero progreso, lo que supone la superación de todas las lacras que ha venido padeciendo
desde sus inicios, se tiene que erradicar el uso de la violencia para resolver los problemas de la
convivencia, ya sea entre pueblos, entre grupos étnicos o políticos y entre personas. Pegar de
la manera que sea, ya sea más leve o más fuerte, a un ser en crecimiento y desarrollo, como
es el niño, no puede justificarse bajo ningún concepto. Decir y hacer lo contrario, es seguir
practicando formas inhumanas para someter a los demás al arbitrio de quien manda o tiene la
fuerza.
El artículo 19 de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño dice
textualmente:
1. Los Estados Partes adoptarán todas las medidas legislativas, administrativas, sociales y
educativas apropiadas para proteger al niño contra toda forma de perjuicio o abuso físico o
mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual,
mientras el niño se encuentre bajo la custodia de los padres, de un representante legal o de
cualquier otra persona que lo tenga a su cargo.
2. Esas medidas de protección deberían comprender, según corresponda, procedimientos
eficaces para el establecimiento de programas sociales con objeto de proporcionar la
asistencia necesaria al niño y a quienes cuidan de él, así como para otras formas de
prevención y para la identificación, notificación, remisión a una institución, investigación,
tratamiento y observación ulterior de los casos antes descritos de malos tratos al niño y, según
corresponda, la intervención judicial.
Esta Declaración se sustenta, como se dice en su preámbulo entre otras cosas, en que “la
libertad, la justicia y la paz en el mundo se basan en el reconocimiento de la dignidad
intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia
humana…en los derechos fundamentales del hombre y en la dignidad y el valor de la persona
humana…en la promoción del progreso social y la elevación del nivel de vida dentro de un
concepto más amplio de la libertad…y en el reconocimiento de que toda persona tiene todos
los derechos y libertades… sin distinción alguna, por motivos de raza, color, sexo, idioma,
religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica,
nacimiento o cualquier otra condición…y en el reconocimiento de que el niño, para el pleno y
armonioso desarrollo de su personalidad, debe crecer en el seno de la familia, en un ambiente
de felicidad, amor y comprensión….”
La Declaración de los Derechos del Niño ha sido asumida y firmada por todos los países
miembros, quienes están comprometidos a cumplir lo que en ella se ordena. No podemos
saltarnos alegremente lo que no nos gusta y quedarnos solamente con lo que nos conviene de
compromisos internacionales como éste, por lo que todos los Estados firmantes, deben
garantizar que este avance en materia de progreso humano sea respetado por todos y cada
uno de sus nacionales.
Solamente en la medida en que los pueblos dejen de justificar y practicar la violencia, sobre
todo cuando es dirigida a los más indefensos, se podrá decir que estamos alcanzando
realmente la verdadera humanidad. Se ha mejorado en materia de respeto a la integridad física
y moral de los menores de edad en el último siglo, especialmente en forma de leyes y
proyectos impulsados por grupos progresistas y personas con sensibilidad hacia la niñez y la
juventud, pero queda aún mucho camino por recorrer para que la mayoría de las personas
adultas en cada país, cambien sus actitudes tradicionales según las que los niños parecen ser
ciudadanos de segunda clase y sin derechos reales ante la arbitrariedad de sus mayores.
Si pegas al niño, infringes la ley (argumento legal).
El Código de la Familia y el Menor, en el Título IV sobre la Patria Potestad o Relación
Parental, capítulo II, artículo 319, dice que “la patria potestad con relación a los hijos o hijas,
comprende los siguientes deberes y facultades:
1. Velar por su vida y salud, tenerlos en su compañía, suplir sus necesidades afectivas,
alimentarlos, educarlos y procurarles una formación integral.
2. Corregirlos razonable y moderadamente; y
3. Representarlos y administrar sus bienes.”
En otra parte, el Título III, sobre los menores maltratados, articulo 500, se dice: “Se
considera que un menor es víctima de maltrato cuando se le infiera o se le coloque en riesgo
de sufrir un daño o perjuicio en su salud física o mental o bienestar por acciones u omisiones
de parte de sus padres, tutores, encargados, guardadores, funcionarios o instituciones
responsables de su cuidado o atención.” El artículo 501 especifica las circunstancias en las
que se considera que un menor es víctima de maltrato, siendo la primera que aparece la
siguiente: “(cuando) se le cause o permita que otra persona le produzca de manera no
accidental, daño físico, mental o emocional, incluyendo lesiones físicas causadas por castigos
corporales.” Y en el punto 6 o última de las circunstancias enunciadas se anota: “(cuando) se
le dispense trato negligente o malos tratos que puedan afectarle en su salud física o mental.”
Hay que admitir que nuestro Código no es lo suficientemente explícito en lo que concierne al
maltrato como medida disciplinaria, dejando un margen de permisividad en este sentido cuando
dice: “Corregirlos razonable y moderadamente”. Decidir qué es lo que quiere decir razonable y
moderadamente puede estar sujeto al arbitrio de cada uno e incluso un juez puede estar
influenciado por esas creencias populares que justifican un cierto grado de violencia en la
disciplina como necesaria y efectiva. Al no haber una norma clara, nos exponemos a que no se
logre el verdadero objetivo que es la protección de los menores. A sabiendas de que en la
población panameña, aún no se ha desterrado la creencia de que hay que pegar cuando se
considere necesario, y que dar algunos correazos, bofetadas u otras acciones agresivas para
disciplinar no es precisamente conducta abusiva, no es saludable dejar sin aclarar el punto de
la corrección razonable y moderada. Para resolver tal dilema, se debe dar el paso que ya han
dado otras naciones que es prohibir por ley el castigo corporal en cualquiera de sus
modalidades.
No obstante, en las partes del Código que hemos expuesto, se menciona que en un niño es
víctima de maltrato cuando se le dispensen tratos que puedan afectarle en su salud física o
mental, incluyendo lesiones físicas por castigos corporales. De esto podemos inferir, sin
necesidad de ser abogados, que si las investigaciones están demostrando que estos castigos
pueden dejar secuelas emocionales que aparecen ya sea inmediatamente o a más largo plazo,
lo cual da suficiente motivo para considerar todo tipo de acción disciplinaria violenta como
maltrato o abuso.
Además, es muy común que los correazos, los chancletazos, los golpes dados con la palma
de la mano o el puño y las bofetadas, dejen lesiones al menos transitorias como moretones,
marcas en la piel u dolor en las áreas afectadas. Por lo tanto, en muchos casos de castigo
corporal, habrá causa para denunciar a los adultos que los perpetren. Es decir, puede
considerarse un delito punible o meritorio de amonestación y advertencia. Todavía hay rechazo
de parte de muchos ciudadanos a este aspecto del Código, porque lo perciben como un
atentado contra su derecho a disciplinar a los hijos, pero de no existir estas leyes, los menores
estarían totalmente desprotegidos.
En la práctica, cuando se dan litigios por la custodia de los hijos entre padres divorciados o
entre parientes del menor, el uso del castigo físico puede ser un argumento en contra de una
de las partes litigantes, aunque el castigo no haya dejado huellas evidentes. Si un niño que se
encuentra en situación de disputa por parte de sus padres, acusa al padre con quien está
viviendo de castigarlo corporalmente, puede esto ser una razón para que la contraparte alegue
maltrato y por tanto, que se le retire la custodia al padre denunciado por el hijo.
De todos modos, aunque un padre o tutor sea acusado de trato violento contra un niño y
luego el juez considere que lo único que hizo fue “hacer uso de su derecho a disciplinar
razonable y moderadamente”, lo cual como ya dije, no es aceptable dado que, sea como sea,
es un atentado contra la integridad física y psicológica del menor, la persona acusada pasará
por momentos muy angustiosos acudiendo una y otra vez a fiscalías y juzgados.
Lo que les enseñamos a los niños cuando les pegamos (argumento pedagógico),
Es importante señalar, desde un punto de vista pedagógico, los resultados de las formas
violentas de disciplinar. Un producto de estas acciones que pretenden ser correctivas, es la
enseñanza de que es lícito recurrir a las agresiones cuando no sabemos que más hacer para
resolver un conflicto con otras personas. Es notorio como, los jóvenes que están
acostumbrados a ver en sus casas el uso de la violencia, son más dados a repetirla en las
escuelas o en la calle en circunstancias similares. Es un fenómeno que se ve incluso entre
adultos en lugares como los parlamentos o asambleas de algunos países que se consideran
instruidos, como hemos visto suceder en nuestro país en un pasado reciente. Dice un refrán
que los niños aprenden lo que ven y lo que oyen, especialmente en sus casas donde tienen a
sus principales modelos que son sus padres. En las casas aprenden a gritar o a decir las cosas
con voz calmada; a insultar o a tratarse con respeto; a tratar de imponer su voluntad a toda
costa, o a saber ceder en aras de la concordia; a golpear para resolver problemas y descargar
tensiones, o a utilizar los argumentos y llegar a consensos ante los conflictos, etc. ¿Qué
aprende pues, un niño que ve a su padre o su madre gritarse, insultarse, agredirse entre ellos o
que lo agredan a él?
En el siguiente apartado veremos algunas secuelas de tipo psicológico derivadas de estos
ambientes, una de las cuales puede ser el estar en miedo constante, pero también el asimilar y
aceptar un estilo de relaciones inter personales marcadas por la violencia en mayor o menor
medida, lo que a su vez será la forma en la que se conduzca ante sus hijos o cónyuge, pero
también en sus relaciones sociales. Para el que no ha logrado reflexionar sobre esto, no le
parece nada anormal que dos individuos adultos lleguen a los golpes después de una discusión
acalorada. La justificación puede ser: “Claro, si él se lo buscó” u otras por el estilo.
Otra consecuencia de tratar de corregir a un niño mediante los castigos corporales, es el
hecho de que se obedece por temor y no por un acto de conciencia razonado que le permita al
niño ir desarrollando por sí mismo, una mejor comprensión de los que es importante para él y
para su vida en relación con los demás. Se trata de que durante el período de desarrollo y
crecimiento, los niños vayan adquiriendo, mediante un tratamiento disciplinario de tipo positivo,
capacidades de autocrítica, de respeto, de resolución de conflictos, de autocontrol y de
organizarse sin necesidad de coacciones o imposiciones externas. En los primeros años de la
vida, los niños necesitan que se les señalen normas a seguir y se les haga cumplir, de manera
tal que a cada uno, según su nivel de comprensión, se le den explicaciones sobre el por qué es
importante acatarlas y asimilarlas, sin actuar de manera agresiva o autoritaria, sino con cierta
firmeza, afecto y consideración. Así, se llegará entonces a la adquisición de la autodisciplina,
que es lo que tienen muy deficiente jóvenes y personas adultas quienes solo dejan de cometer
delitos por el temor a la represión y los castigos, más no por un acto pleno de conciencia o de
vergüenza sana. Prueba de esto es cuando se dan desmanes y saqueos en las ciudades
aprovechando una situación de caos, como pasó en Panamá durante la ocupación por las
tropas norteamericanas en diciembre de 1989, las personas con una buena educación, que
desarrollaron la conciencia de lo que es malo o bueno, no participaron en estos desórdenes y
robos.
Todos los especialistas en conducta infantil coinciden en que cuando a los niños se les
disciplina con violencia, no se está educando sino atemorizando y reprimiendo. Generalmente,
el adulto que está dando los azotes, no está razonando con su víctima, sino practicando un
simple acto de fuerza ante lo que considera la transgresión de una norma impuesta por él. En
ese momento, no se está enseñando alternativas a la mala conducta. La Asociación Americana
de Pediatría declaró al respecto: “...confiar en el castigo corporal (spanking) como método de
disciplina hace menos efectivas el uso de otras estrategias.”
Si el niño o el adolescente han faltado a una norma legítima o razonable, no es que no
pueda haber una sanción en caso de que reincida, pero lo más productivo, en relación a la
educación, es instaurar un diálogo sincero y cordial, mediante cual aquél logre entender las
consecuencias de sus actos y reflexione comprometiéndose a no recaer. Si tiene dificultad para
cumplir sus compromisos, podrá haber sanciones, que prefiero llamar consecuencias, pero
nunca violentas.
Criar es educar y por lo tanto, todos los aspectos de la relación padres-hijos, deben estar
orientados a enseñar. La labor de los padres consiste en facilitar a los hijos el convertirse en
personas saludables y provechosas, que puedan además integrarse sin dificultades a la
sociedad en la que viven. Esto no se logra con imposiciones absurdas, con palizas, malos
ejemplos y ambientes familiares autoritarios. Todos queremos vivir en sociedades
democráticas, porque entendemos que así podemos tener garantías de que nuestros derechos
serán respetados, teniendo la libertad de opciones y un estado y de bienestar para todos. Sin
embargo, no aceptamos muchas veces que nuestros hogares sean también democráticos, que
en ellos se aprenda a vivir en democracia. Según las ideas de muchos padres, los hijos tienen
que someterse y no exigir derechos que “aún no les corresponden” porque son menores de
edad. En una democracia no hay libertinaje; hay autoridades elegidas que deben ser
respetadas por los ciudadanos, pero estos también tienen el derecho de reclamar respeto y
buen trato de parte de aquellas. En una sociedad democrática hay leyes establecidas que
exigen cumplimiento, lo mismo que en una familia, pero sin que por eso se tenga que violentar
a las personas como bajo los regímenes dictatoriales.
Cómo se afecta la mente de las víctimas de los castigos corporales (argumento
psicológico).
Cuando se es víctima de castigos corporales frecuentes, o no tan frecuentes pero fuertes, o
se vive bajo la amenaza constante de sufrirlos, pueden aparecer estados de ansiedad,
depresión, trastornos del sueño, baja autoestima, sentimientos de rechazo, de culpa,
desconfianza, trastornos psicosomáticos, irritabilidad o conductas agresivas. Algunas de las
consecuencias de tipo psicológico o conductual surgen de manera temporal en los días
subsiguientes a la agresión, pero otras quedan latentes y surgen posteriormente, en la niñez, la
adolescencia o la vida adulta. En algunos individuos, las alteraciones psicológicas llegan a ser
crónicas. En las clínicas de salud mental infantil y juvenil se atienden regularmente niños con
síntomas de trastornos emocionales y conductuales producto de castigos físicos, que si bien no
son acusados por el paciente en un principio, una adecuada investigación lo confirma, o lo
refiere otro familiar que se encuentra en desacuerdo con ese modo de proceder hacia el niño.
Para una mayor comprensión de parte del lector de estos trastornos mentales y por qué los
castigos físicos pueden originarlos, haré una descripción breve de cada uno.
Los estados de ansiedad, también conocidos como de ansiedad generalizada, se
caracterizan por miedos y preocupaciones constantes, tensión muscular, dolores de cabeza,
vértigos y mareos, sudoración, temblores musculares, dolores de vientre y cambios en la
función intestinal, micciones frecuentes (orinadera), intranquilidad o desasosiego, taquicardia,
alteraciones del sueño y onicofagia (morder y tragar las uñas), Sabemos que existe una
predisposición genética a la ansiedad, pero factores externos ayudan a que se presenten o se
agraven estos estados ansiosos, los cuales pueden durar mucho tiempo, no siempre de forma
continuada, apareciendo en ocasiones en forma de crisis agudas que requieren tratamiento
profesional inmediato. Algunos de los factores externos relacionados con la vida familiar que
generan ansiedad son las discordias entre los padres, la violencia intrafamiliar, las amenazas,
los castigos severos, la separación abrupta, y otras situaciones de amenaza a la integridad de
la familia.
La depresión es un trastorno del ánimo, una disminución importante de la capacidad del
individuo para disfrutar de la vida y ocuparse normalmente de sus actividades sociales y
productivas. Conlleva siempre un sentimiento de pérdida y de desesperanza que genera
tristeza y otros síntomas que caracterizan la tonalidad afectiva deprimida de la persona. Los
niños se deprimen, aunque los síntomas de la depresión en ellos no sean siempre los típicos,
siendo posible que pasen desapercibidas para la persona no entrenada clínicamente. Síntomas
frecuentes de depresión en niños y adolescentes son: tristeza, llanto fácil o sin motivo aparente,
disminución del rendimiento escolar, problemas de atención, alteraciones del sueño como
insomnio o pesadillas, cambios en el apetito, pérdida el interés en actividades a las que antes
se dedicaba, visión pesimista de la existencia, deseos de no vivir, irritabilidad con reacciones
intempestivas ante dificultades comunes, baja autoestima, sentimientos de culpa, desinterés
por el cuidado propio y algunas veces, suicidio. Los suicidios en niños y adolescentes impactan
mucho en la comunidad, ya que no se espera tal conducta a esas edades, pero la realidad es
que se da más de lo que se pudiera creer. Aunque no siempre, el trato duro en las casas es
una de las causas. Otras pueden ser las presiones académicas, el hostigamiento de otros niños
y problemas de tipo amoroso en la adolescencia.
En la niñez y la adolescencia, al igual que en los adultos, pueden ocurrir las depresiones
endógenas, es decir, de etiología fundamentalmente interna, por cambios químicos
intracerebrales y muy condicionadas por la herencia. En estos casos suele haber más
familiares con antecedente de depresiones e incluso de suicidio. No obstante, la mayoría de las
depresiones juveniles son de carácter reactivo a situaciones vitales de pérdida o lesivas a la
autoimagen y la autoestima, como lo son entre otras, la pérdida del afecto por parte de los
padres, su separación y/o el alejamiento de uno de ellos; los castigos y regaños muy
frecuentes y desmedidos especialmente en las adolescentes y el maltrato físico o psicológico
de forma reiterativa. Los castigos muy seguidos, sobre todo cuando no se acompañan de una
buena relación entre los padres y el hijo, son percibidos por éste como una muestra de rechazo
o ausencia de afecto.
Los trastornos del sueño, los cuales pueden mostrarse como dificultad para conciliar el
sueño, sueño interrumpido, pesadillas y crisis de pavor nocturno en las que el niño se agita,
grita, gesticula como si estuviese defendiéndose de algo, levantándose de la cama con los ojos
muy abiertos pero permaneciendo en estado de sueño. El pavor nocturno, al contrario de la
pesadilla, no se recuerda a la mañana siguiente. Todas las tensiones acumuladas durante las
horas del día se pueden constituir en causas de problemas del sueño, especialmente de las
pesadillas, el pavor nocturno y los sueños intranquilos. No se puede dudar de que las
agresiones que se reciben, tanto psicológicas como corporales originan estados de estrés, que
si bien se pueden controlar estando en vigilia, durante el sueño irrumpen de manera más o
menos violenta produciendo las alteraciones ya mencionadas.
La autoestima es el concepto que una persona tiene de sí misma y la capacidad de
aceptarse con sus virtudes y defectos. El cómo un niño interaccione e interprete el medio en
que vive, cómo los adultos lo hagan sentir y la capacidad que tenga para adaptarse a las
diversas circunstancias, se verán reflejadas en su autoestima. Los que tienen baja autoestima
son inseguros, desconfiados, inmaduros, poco tolerantes, con dificultades para adaptarse e
integrarse, se sienten desvalorizados y pueden caer en depresión.
La autoestima empieza a formarse con la valoración que los padres hacen de sus hijos
cuando están pequeños y, posteriormente, continúa a medida que estos van desarrollando
capacidades y habilidades, así como relaciones sociales satisfactorias que les refuerzan su
importancia ante los demás. Si los padres, fuente primaria de la autoestima, desvalorizan
continuamente al niño con críticas reiteradas, castigos dolorosos y rechazos afectivos, estarán
destruyendo su posibilidad de desarrollar una adecuada estima de sí mismo.
El sentimiento de ser rechazado se apodera de un niño si siente que se le está regañando,
desvalorizando, agrediendo duramente o de manera persistente. Generalmente, cuando un
padre está siempre recriminando y penalizando a un hijo, acompaña sus acciones con gestos
faciales que reflejan ira o disgusto, lo que resulta en una percepción aún más negativa por
parte del niño. Si en la relación padre-hijo hay muy poco tiempo y espacio para la afectividad, o
si se da el caso de que hay otro hijo o hija que recibe mejor trato, ya sea porque se le quiere
más o porque no da problemas, la sensación de no ser querido se mantiene y puede llegar a
ser fuente de otras situaciones indeseables como celos hacia el hermano o hermana que no
recibe o recibe menos castigos, deterioro de la relación con el padre castigador o con ambos
padres, conductas de rebeldía y agresivas contra el resto de la familia.
Sentir culpa por pensar que se es malo y que se causa problemas a los padres, es otra
consecuencia posible en un niño al que se le castiga física o psicológicamente con cierta
frecuencia. El castigo lleva siempre el mensaje de que se le está tratando de corregir sus malas
acciones. Con el tiempo, el niño llega a creer que es realmente malo y que se merece los
castigos que se le imponen aunque sean corporales y dolorosos. El sentimiento de culpa
puede integrarse después en un cuadro de tipo depresivo junto con la baja autoestima. Son los
niños maltratados que justifican los malos tratos de sus padres: “ellos tienen razón”, “porque yo
soy malo y les traigo problemas…” Un estudio con 2000 de ambos sexos entre 10 y 16 años
por Turner y Finkelhor en 1996, reveló que el castigo físico fue más estresante cuando
prevenía de padres que usualmente brindaban apoyo. Esto fue interpretado como debido a que
los niños veían a sus padres como impredecibles o eran menos capaces de “leer” su
comportamiento como “malo” o “injusto”, tendiendo más a atribuir el castigo a su propia falta de
valía (citado por Papalia).
La desconfianza es una actitud que se origina por diferentes razones, una de las cuales es,
el estar viviendo en situaciones en las que existe mucha inseguridad respecto a la salvaguarda
de la propia integridad física. Se está siempre como a la espera de que en cualquier momento
nos agredan. Si un padre o una madre tienen una personalidad inestable, irritable o explosiva,
el niño aprende que en cualquier momento puede reaccionar duramente en su contra porque
ya lo ha experimentado. Los mensajes de los padres son contradictorios en el sentido de que,
en unos momentos se muestran tranquilos o hasta afectuosos, pero en otros, muchas veces
por cosas nimias, estallan en una tormenta de gritos o golpes. La desconfianza que la
inseguridad origina se generaliza a todos los aspectos de la vida social del niño y no es raro
que a su vez conlleve a formas de comportamiento defensivos.
La violencia no trae precisamente paz y amor entre los agresores y las víctimas. Se sabe
que la violencia genera violencia. De las agresiones de los padres hacia los hijos tampoco
podemos esperar que cosechemos armonía y buenos sentimientos. Muchos niños que han
sufrido castigos corporales, dicen que en esos momentos sienten rabia y ganas de devolver los
golpes, a lo que no atreven por ser sus padres agresores más grandes y fuertes. No obstante,
una vez que crecen, algunos ya se defienden de alguna manera, incluso golpeando a su vez a
los padres como el personaje de la comedia de Aristófanes en el fragmento que reproduje más
arriba. La agresión a padres de parte de adolescentes varones a los que han tratado muy
duramente en la niñez, la he conocido y presenciado en mi experiencia clínica. Aquí vale
aquello de “siembra vientos y cosecharás tempestades”.
Los castigos corporales no solo contribuyen a la tendencia a las conductas agresivas, sino
que estas se pueden dirigir hacia los propios adultos castigadores, llegando algunas veces al
parricidio. Claro que esto último se ve más en hijos que tienen problemas de salud mental más
importantes, pero que por la forma en la que han sido tratados en su niñez los pone en mayor
riesgo de cometer actos muy violentos contra los familiares. De acuerdo con entrevistas a
madres de niños de 6 a 9 años a nivel nacional en Estados Unidos, cuanto más frecuentes
sean las zurras que se proporcionan a los niños, mayor es la tendencia a tener problemas de
tipo antisocial (Strauss, Sugarman y Giles-Sims, 1997,, citados por Papalia).
Un estudio de McCord en 1977, sobre los efectos a largo plazo de los castigos corporales,
basado en la observación bisemanal de 224 padres y sus hijos durante cinco años y medio,
que además de medir la frecuencia de esos castigos, cuantificó en cada padre las veces que se
dirigían a los niños en términos afectuosos. Los niños, durante este estudio, estaban entre los
10 y 16 años. Treinta años después, se rastreó el record criminal de estas personas que eran
los niños de la investigación y, incluso después de controlar estadísticamente las actitudes
afectuosas de los padres, el uso del castigo corporal predijo una mayor posibilidad de que sus
hijos fueran convictos de crímenes serios.
En una biografía de Adolfo Hitler se lee lo siguiente: “Como niño, Hitler dijo que era azotado
a menudo por su padre. Años más tarde le dijo a su secretaria: Entonces tomé la decisión de
no llorar nunca más cuando mi padre me azotaba. Unos pocos días después tuve la
oportunidad de poner a prueba mi voluntad. Mi madre, asustada, se escondió en frente de la
puerta. En cuanto a mí, conté silenciosamente los golpes del palo que azotaba mi trasero”
(John Toland citado en Wikipedia). Del padre de Iósif Stalin se cuenta que: “…fuerte bebedor y
habitualmente lejos de la familia, Visarión solía golpear a su esposa y a su pequeño hijo.” Uno
de los amigos de juventud de Stalin, Iósif Iremashvili escribió en 1932, que esas palizas
inmerecidas y despiadadas hicieron al niño tan duro y falto de corazón como su padre. Percibía
que las palizas que el padre de Stalin le daba hicieron crecer en él un gran odio a la autoridad.
También decía que cualquier persona que tuviera poder sobre otros hacía recordar a Stalin la
crueldad de su padre. El mismo amigo también escribió que él nunca lo vio llorar (Iósif Stalin,
Wikipedia).
Los problemas de conducta, que también se han correlacionado con experiencias de
maltrato en la niñez temprana, se presentan como inquietud motora con dificultad para
controlar los impulsos, desobediencia tanto en el hogar como en la escuela; actitudes violentas
contra compañeros, especialmente si son niñas o más pequeños; talante retador y fugas de la
casa para vengarse de los padres y evitar el contacto con ellos o con el que consideran
maltratador; robos, integración a pandillas cuando se trata de niños y jóvenes de barriadas
pobres o socialmente marginales y destrucción de propiedades en el vecindario o escuela,
conducta que es también una forma de liberación de la agresión y de agredir indirectamente a
los padres o maestros que los castigan.
Saúl Friedländer da en su libro “Una psicosis colectiva. El antisemitismo nazi”, algunos
ejemplos de antecedentes violentos en la crianza de algunos de los líderes del
nacionalsocialismo alemán: “Heinrich Hamman, comandante de la Policía de Seguridad, en
Neu-Sandoz, Polonia, desde 1941 a 1943, reconocido como culpable de por lo menos 77
asesinatos de judíos, declaró que la educación que le daba su padre era muy severa… por la
menor falta castigaba él mismo a sus hijos en forma muy dura… El SS Hauptsturmoführer
Franz Stark, acusado de la muerte de 4652 judíos, era también hijo ilegítimo; su madre lo
trataba con tal brutalidad que lo hirió un día en la cabeza y, a la edad de cinco años, tuvo que
ponerlo bajo tutela. Wilhelm Filbert, jefe del Einzatzkommando 9, en la Unión Soviética, era hijo
de un soldado que, según él, lo educó correctamente en el cuartel mismo.”
Los trastornos psicosomáticos consisten en alteraciones psicológicas que se presentan con
síntomas de tipo corporal, como dolores de cabeza, de vientre, colon irritable, ganas de orinar
más frecuentes de lo habitual u orinarse durante el sueño (enuresis nocturna), dermatitis,
eccemas y otros. Los órganos del cuerpo sirven de canal para dar salida a la tensión emocional
que se ha venido acumulando. Si un niño que está bajo presión parental o está siendo
castigado físicamente con relativa frecuencia, no puede desahogar de otra manera las
tensiones que estas vivencias le producen dado que su temperamento no se lo facilita por ser
una persona más bien inhibida, poco asertiva e insegura, entonces desarrollará más fácilmente
algún tipo de alteración psicosomática.
Un aspecto psicológico muy típico en familias donde el uso del castigo físico es común, y
donde los hijos se aferran mucho a sus padres, ya que para ellos es “preferible tenerlos y
sufrirlos que perderlos”, es que estos acaban identificándose con aquéllos e internalizando sus
métodos disciplinarios como “los que deben ser”. Sobre esto ya mencioné al tratar de los hijos
que justifican a sus padres diciendo que los castigan porque ellos lo merecen, solamente que
algunos de los que lo dicen, lo hacen por su baja autoestima o por temor a confrontar o acusar
a sus padres, mientras que muchos otros que llegan a identificarse con sus padres agresores,
no necesariamente lo hacen por estar alterados emocionalmente, o para cuidar a sus
progenitores de posibles consecuencias, sino simplemente porque el proceso de identificación
supone el convencimiento de que cumplen con su deber y así tendrán que hacerlo ellos con
sus propios hijos más adelante.
Siguiendo con las secuelas psicológicas, muchos estudiosos del tema y clínicos, insisten en
que los castigos corporales paralizan la iniciativa del niño, bloqueando su comportamiento y
limitando su capacidad para resolver problemas; no fomenta su autonomía; les enseña a ser
víctimas; crea un obstáculo, un impedimento en la comunicación entre padres e hijos dañando
los vínculos emocionales entre ambos; acostumbra al niño a no razonar al excluir el diálogo y la
reflexión; dificulta la capacidad para identificar relaciones causales entre su comportamiento y
las consecuencias que de él se derivan; interfiere en sus procesos de aprendizaje, y por lo
tanto en el desarrollo de su inteligencia, sus sentidos y su emotividad.
Cuando se nos va la mano (argumento médico).
El castigo físico puede provocar lesiones corporales, a veces muy evidentes y otras veces
ocultas. Lo que comienza siendo un intento “razonable y moderado” de corregir, muchas veces
acaba produciendo lesiones físicas de mayor o menor consideración. Esto lo saben bien los
pediatras y los médicos generales que laboran en los cuartos de urgencias de los hospitales y
centros de salud, pero también los que atienden en los consultorios niños con lesiones por
castigos corporales que no han pasado por los servicios de urgencia. Los daños que se hacen
a los niños cuando, según dicen los maltratadotes, “se me fue la mano”, son variados en su
forma y su gravedad. Casi cualquier parte del cuerpo puede afectarse, siendo la intensidad de
las lesiones desde bastante leves hasta tan graves que pueden causar el deceso de la víctima.
Los hallazgos más comunes en niños maltratados, especialmente los más pequeños (en
edades preescolares y lactantes), son las de cabeza y cara, (incluyendo aquí anexos como
ojos, oídos, boca), las fracturas de huesos largos, cráneo y costillas, las dislocaciones de
hombro por zarandeo, las hemorragias de órganos internos, las marcas en la piel y las
quemaduras.
Un golpe con la mano o la correa en la cabeza de un niño, lo ponen en peligro de sufrir
fractura de cráneo, hematomas subdurales, traumas oculares, lesiones de los tímpanos, rotura
de dientes, hematomas en los labios, etc. Los traumas cráneo encefálicos son causas muchas
veces de graves consecuencias neurológicas con disminución de capacidades intelectuales,
alteraciones hormonales, motoras y de muerte. Tomoda y colaboradores examinaron a 23
jóvenes adultos entre 18 y 25 años con antecedentes de haber sido expuestos a fuertes
castigos físicos por tres años como mínimo, utilizando objetos muchas veces y con una
frecuencia de 12 episodios por año. Este grupo se comparó con otro control de 22 individuos
mediante resonancia magnética cerebral de alta resolución. En los primeros, se descubrió una
reducción de 19.1% de la sustancia gris en el giro medial frontal derecho, de 14.5% en el giro
medial frontal izquierdo y de 16.9% en el giro cingulado anterior derecho. Estos hallazgos se
correlacionaron significativamente con la ejecución en las pruebas de inteligencia para adultos
(WAIS-III). Se concluye de la investigación que los castigos corporales severos pueden tener
un efecto deletéreo en el desarrollo cerebral y por lo tanto, en la capacidad intelectual.
En el “síndrome del niño sacudido” se producen hemorragias cerebrales por roturas de
vasos sanguíneos al golpear el cerebro una y otra vez contra las paredes del cráneo, lo que
trae como consecuencias muerte neuronal en algunas áreas. Cuando las hemorragias son
masivas, el niño puede morir rápidamente o quedar en coma. Las víctimas suelen ser lactantes
o niños muy pequeños en los que el cerebro es aún más susceptible de sufrir estos daños.
Adeoye AO, del Departamento de Cirugía del Colegio de Ciencias de la Salud de la
Universidad Obafemi Awolowo de Nigeria, reportó en 2002, que de cien niños de 0 a 17 años
atendidos por lesiones traumáticas en los ojos, un 10.3% fueron causadas por castigos
corporales. En otros reportes de A.O. Ashave en 2009, de 205 niños que fueron hospitalizados
por lesiones en los ojos, un 54.6% fueron producidas por otras personas y un 24,9% de las
lesiones se debieron a castigos corporales. En otro estudio del mismo clínico en 2008,
agresiones sufridas en el hogar fueron causantes de lesiones oculares traumáticas en un 75%
de 472 de niños entre 0 y 10 años cuyos expedientes fueron estudiados. En la misma línea de
los traumas oftálmicos, Calzada y Kerr, del Departamento de Oftalmología de la Universidad de
Tennessee, informaron de 7 niños con hifemas (sangrado en la cámara anterior del ojo, entre la
córnea y el iris) debidos a golpes con correa con la intención de disciplinar. En algunos de los
pacientes se dio una pérdida permanente de la visión en el ojo afectado.
Michael Meaney, de la McGill University en Canadá, y sus colegas, examinaron los cerebros
de 36 personas que murieron repentinamente: 12 suicidas que tenían una historia conocida de
abuso, 12 víctimas de suicidio sin antecedentes aparentes de abuso y 12 personas que habían
fallecido en accidentes El abuso incluyó la violencia física severa, el rechazo o abandono grave
y el abuso sexual. El equipo observó cambios en los genes relacionados con el sendero del
estrés conocido como función hipotálamo-pituitaria-adrenal (HPA). "En los humanos, el abuso
infantil altera las respuestas al estrés de la HPA y aumenta el riesgo de suicidio", escribió el
equipo de Meaney en su informe, publicado en la revista Nature Neuroscience. Meaney y sus
colegas hallaron diferencias en un gen específico llamado receptor glucocorticoide específico
de las neuronas o promotor NR3C1. Las modificaciones en esa área también se han observado
en ratas y otros animales víctimas de rechazo o abuso. Las víctimas de suicidio con
antecedentes de abuso tenían menos actividad en este gen, comparado con quienes habían
sufrido muertes por accidentes y no tenían historia de abuso. Los expertos no hallaron estas
diferencias entre las víctimas de suicidio sin antecedentes de abuso infantil (Reuters Health
Information. Medline Plus).
Bugental, Martorell y Barraza, del Departamento de Psicología de la Universidad de
California, encontraron que formas sutiles pero repetidas de maltrato a niños menores de un
año de vida, tienen consecuencias potenciales en el funcionamiento del sistema de respuesta
adrenocortical. Así, estos infantes, muestran una mayor reactividad hormonal al estrés, como
es la experiencia de separación de la madre ante extraños. Las respuestas hormonales pueden
alterar el funcionamiento del eje hipotálamo-hipófisis-glándulas suprarrenales, de manera tal
que, si se hace crónica, supone un riesgo de sufrir trastornos inmunológicos, más
sensibilización a situaciones futuras de estrés y a problemas de índole socio-emocional.
Los golpes al cuerpo de un menor de poca edad, ocasionan fracturas, muchas de las cuales
no dan síntomas como no sea el llanto del niño, si no se buscan detenidamente con
radiografías. Es práctica en los hospitales, cuando se recibe a un niño bajo sospecha de
maltrato, de hacer un estudio de todo el esqueleto en busca de señales de fracturas recientes o
antiguas. Los huesos largos pueden sufrir roturas en sus extremos al ser sometidos a
rotaciones bruscas, pero también fracturas con desplazamiento o lineales. Las costillas son
también afectadas cuando se reciben golpes en el tórax.
La piel es el órgano que mayormente delata los casos de abuso físico, ya que fácilmente se
producen en ella equimosis, hematomas y heridas dependiendo del objeto con el que se
inflingió el castigo. Las quemaduras no accidentales se dan cuando una madre, un padre u otra
persona a cargo del niño, le pone en la mano algo caliente, o se la introduce en agua hirviendo
como castigo por haber robado algo, o por haber tomado sin permiso alimentos de la cocina.
Otras veces, en casos de maltrato igual de sádicos, se aplica al niño colillas de cigarrillo
encendidas, lo que deja las características señas de quemaduras como áreas redondas que
coinciden con el corte transversal del cigarrillo. Igual sucede con las marcas de los dientes
cuando el niño es mordido, lo cual puede pasar en una ataque de ira de parte de algún
hermano mayor o adulto.
Las diferentes partes de la boca sufren también lesiones por golpes como las bofetadas,
como rotura o pérdida de dientes, lesiones en el velo del paladar cuando se introducen
biberones o cucharas a la fuerza, heridas en los labios, las encías o la lengua.
Respecto a las tradicionales nalgadas que los padres creen totalmente inofensivas y que
físicamente no pueden dejar lesiones porque es una parte rellenita del cuerpo, la organización
“Parents and Teachers Against Violence in Education” en una página Web con el título
“Hablemos francamente sobre el castigo físico a los niños” dice: “Los niños que han sido
golpeados no consideran a su cuerpo como de su propiedad. Las palizas les enseña a aceptar
la idea de que los adultos tienen la autoridad absoluta sobre sus cuerpos, lo cual incluye el
derecho de causarles dolor. Y las nalgadas les enseñan que hasta las zonas sexuales están
sujetas a la voluntad de los adultos. Es probable que el niño que se somete a las nalgadas el
lunes, no vaya a decirle ¡No! a un abusador sexual el martes; y los adultos que abusan o
explotan sexualmente los niños saben esto. Acechan a las posibles víctimas entre los niños
que se les ha enseñado a obedecer sin cuestionar ya que estos niños son los blancos más
fáciles. En algunos niños las nalgadas pueden estimular sensaciones sexuales inmaduras. No
tienen control sobre estas sensaciones ni tampoco entienden lo que les está pasando. La
consecuencia trágica para algunos de estos niños es que forman una conexión entre el dolor,
la humillación y la excitación sexual que perdura por el resto de sus vidas. Aunque se casen,
tengan una familia, tengan puestos de responsabilidad en la comunidad y no parezcan
emocionalmente perturbados, pueden estar atormentados secreta y vergonzosamente por una
necesidad que, en algunos casos, los lleva a contratar prostitutas a quienes les pegan o de
quien reciben nalgadas. La industria de la pornografía prospera al satisfacer las necesidades
de estos desafortunados individuos. La ciencia médica hace mucho que ha reconocido y ha
documentado en gran detalle la conexión entre las nalgadas en la niñez y el desarrollo
posterior de los comportamientos sexuales antinaturales. Esta razón debería bastar para que
nunca se les dieran nalgadas a los niños.”
Y en relación a los riesgos físicos sobre las nalgadas añade el documento: “Encontrado en
lo más profundo de las nalgas está el nervio ciático, el nervio más grande del cuerpo. Un golpe
fuerte en los glúteos, sobre todo con un objeto como un pedazo de madera, podría hacer
sangrar a los músculos que rodean a dicho nervio, y posiblemente se dañe el nervio
ocasionando un impedimento en la pierna en cuestión. La rabadilla, el hueso tan delicado de la
base de la columna, también es susceptible a las lesiones cuando se le pega a un niño en esa
zona del cuerpo. Y cuando se le pide a un niño que se agache para darle una paliza, se puede
dañar los órganos sexuales. Frecuentemente, las autoridades hospitalarias denuncian la
dislocación de la rabadilla y los moretones en los órganos sexuales como una consecuencia de
los castigos violentos.”
Qué ciudadanos estamos formando a base de golpes (argumento social).
El castigo con golpes, correazos, latigazos, zapatazos u otras modalidades violentas,
contribuye a mantener la violencia como modo de comportamiento social. Les enseña a los
menores que la violencia es un comportamiento aceptable, y que el más fuerte tiene derecho a
usar la fuerza para resolver cualquier conflicto. Esto ayuda a perpetuar la violencia en la familia
y la sociedad.
Philip Greven (1990) afirma que “la incidencia más baja de delincuencia y conducta
antisocial en la adolescencia y más allá, es siempre encontrada en muchachos que fueron
queridos, respetados, cuidados y entendidos en su niñez. La evidencia desbordante que está
ahora disponible de investigaciones sobre las raíces de delincuencia y crimen, sostienen que el
castigo corporal ó aplicación del palo como instrumento de disciplina y otros, es un factor
fundamental en generar la rabia agresión e impulsos de venganza que alimentan las
emociones, fantasías y acciones de individuos, la mayoría hombres quienes llegan a ser
delincuentes o criminales activos.”
Por su parte, Sheldon Glueck y Eleonor Glueck, citados por Greven, en uno de los estudios
más masivos y extensos del origen y etiología de la delincuencia iniciado en 1940, en el que
compararon a muchachos delincuentes y no delincuentes de familias inglesas, irlandesas e
italianas de áreas pobres urbanas, descubrieron que el origen de la delincuencia viene de
experiencias de la disciplina y vida familiar en la temprana niñez, siendo un parámetro de gran
importancia.
Ralph Welsh, quien examinó algo más de 2000 delincuentes, desarrolló lo que él llamó la
“Teoría de la Correa de la Delincuencia Juvenil”. Según este investigador, “el delincuente
masculino reincidente que nunca ha sido expuesto a la correa, el cordón o el puño en algún
momento de su vida, es virtualmente inexistente. Mientras más severidad del castigo corporal
en la historia del desarrollo del delincuente, así mismo aumenta la probabilidad de que se
involucre en actos violentos” (Maurer y Wallerstein).
Investigadores de la Universidad de Minnesota, confirmaron que el uso de los castigos
físicos se correlacionó inversamente con las actitudes prosociales y de forma directa con las
intenciones de peleas, acosos y otros comportamientos violentos entre jóvenes (Ohene y
colaboradores). Grogan-Kaylor estudiando 1943 parejas de madres e hijos, también hallaron
que el la disciplina con golpes se asoció con un aumento de los problemas de conducta de los
niños. En el estudio se descartó que ese incremento se debiera a otros factores como la
influencia del ambiente del vecindario.
También se ha visto que los menores que han sido maltratos de así con la intención de
corregirlos, incorporan a su forma de ver la vida una visión negativa de los demás y de la
sociedad, como un lugar amenazante, pueden presentar dificultades para integrarse
socialmente, es decir, para hacer amigos y jugar con los demás niños y no aprenden a
cooperar con las figuras de autoridad, se aprende a someterse a las normas o a transgredirlas.
La Academia Canadiense de Psiquiatría de Niños y Adolescentes, en una publicación de
marzo de 2009, se refiere a las consecuencias del castigo corporal contra los niños diciendo:
“Hay ahora un gran número de estudios retrospectivos y prospectivos sobre los castigos
corporales, la mayoría en los Estados Unidos, aunque también algunos en Canadá y otros
países. Muchos de estos estudios, aunque no todos, han demostrado que los castigos
corporales son efectivos en conseguir obediencia inmediata, pero al mismo tiempo, señalan
que están directa y proporcionalmente asociados con el incremento de las tasas de daño en
las relaciones padres-hijos, de delincuencia juvenil, de violencia y crimen en las escuelas
donde se permite pegar a los alumnos, con la disminución de las oportunidades de mejorar los
ingresos en la vida adulta, con dificultades para internalizar actitudes morales, sentimientos de
alienación y depresión, pensamientos de suicidio…con la violencia de género y conductas
sexuales masoquistas… No existen evidencias de que los castigos físicos sean más efectivos
que otras formas de disciplina en el corto plazo y mucho menos a largo plazo… (Los niños y
jóvenes castigados de esta manera) pueden incluso fallar en desarrollar relaciones seguras
con adultos y para lograr las habilidades necesarias para resolver conflictos y manejar la
autoridad por vías menos violentas.”
Si el palo, la nalgada, la bofetada o la correa son métodos eficaces y seguros para educar,
¿por qué los padres no permiten que otra persona (un vecino, un maestro, un policía) pegue a
sus hijos cuando han hecho algo malo? ¿Por qué países muy avanzados socialmente como
Austria, Dinamarca, Finlandia, Alemania, Israel, Islandia, Noruega, Suecia y otros con
legislaciones progresistas, han prohibido por ley el uso del castigo físico? Vale recordar aquí
que en la niñez de casi todos los asesinos en serie y de los dictadores más crueles, se da el
antecedente de haber sido criados con estos estilos disciplinarios, a base de golpes y
puniciones muy severas.
El profesor de la Universidad Rutgers, Philip Greven, escribió acerca del tema diciendo: “El
castigo corporal enseña a los niños a aceptar y a tolerar la agresión. Siempre se incluye
prominentemente en las raíces de la agresividad de los adolescentes y adultos, especialmente
en aquellas manifestaciones que toman forma antisocial como la delincuencia y la
criminalidad.” Y H. Patrick Stern, profesor adjunto de la Facultad de Pediatría, Psiquiatría y
Pediatría Conductual de la Universidad de Ciencias Médicas de Arkansas, manifestó que: “El
castigo físico de los niños debe acabarse si deseamos que nuestra sociedad se convierta en
una sociedad gobernada por la conciencia y el autocontrol en lugar de estar gobernada por la
ausencia de éstas.”
Después de tantas experiencias clínicas, referencias biográficas e investigaciones
acumuladas, no es posible equivocarse al afirmar que la raíz de la violencia social se encuentra
en gran medida en los hogares, que es donde se empieza a vivir partiendo de las actitudes
agresivas de los padres hacia hijos. Con las palmaditas y nalgaditas aparentemente inocentes,
inicia el niño su aprendizaje de las conductas agresivas. Esto se demuestra observando como
los niños pequeños cuando quieren “castigar” a sus muñecos o a objetos con los que se han
golpeado u herido, levantan la manito y dicen “pau pau”. El “pau pau”, puede dirigirse poco
tiempo después hacia los propios familiares adultos, quienes en un primer momento, mientras
el niño es muy pequeño, lo toman a broma y hasta lo celebran.
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