APRENDIENDO A EDUCAR SIN VIOLENCIA
Es responsabilidad del Estado a través de sus instituciones y de la sociedad en general,
educar a los ciudadanos para que puedan ejercer la labor de padres de una manera efectiva y
sin violencias hacia los hijos. Ya no podemos seguir justificando o hacernos la vista gorda ante
la costumbre de disciplinar a los niños y adolescentes mediante la vara, la bofetada, el látigo, el
chancletazo, la correa o cualquier otra forma violenta, ya sea física o psicológica. No podemos
tampoco seguir diferenciando entre el castigo físico y el maltrato a los niños, como si el golpear
sin dejar huellas físicas evidentes descarta el calificativo de abuso en el caso del primero. El
ejemplo que han dado los países que han decretado leyes contra el castigo corporal, siendo la
mayoría de ellos naciones avanzadas, nos debe servir como prueba de que es una conducta
inaceptable en un mundo que pretende avanzar socialmente y de motivación para seguir el
mismo camino.
El primer escenario donde se forma el niño es el hogar, y sus primeros maestros los padres
o los criadores que forman ese ámbito familiar. Pero, estos adultos, no necesariamente están
preparados para llevar a cabo estrategias disciplinarias apropiadas y que no produzcan efectos
perniciosos en los niños. De hecho, los errores que se cometen en la crianza y en la educación
están muy extendidos en la mayoría de los hogares. No quiero decir con esto que los errores
que se cometan criando a los hijos serán de la misma importancia en cuanto a sus
consecuencias para su futuro, pero es importante tratar de eliminar o reducir al máximo
aquellos que resultan más perjudiciales para el buen desarrollo del niño. Como hemos visto en
las páginas precedentes, los resultados de las fallas cometidas por los adultos en su labor
disciplinaria, pueden darse en la esfera emocional, de la personalidad y en la conducta social.
Secuelas importantes son inclinación a la violencia, a las relaciones sociales y familiares
marcadas por la desconfianza y los conflictos, dificultades para su buen manejo, tendencia a
baja autoestima, depresiones, pensamientos de suicidio, estados de ansiedad, reproducción de
las actitudes violentas contra los propios hijos, etc.
El tema de la buena crianza es uno de los más serios que pueda plantearse una sociedad,
si es que en realidad pensamos que los niños son el futuro de la nación. Formar niños que el
día de mañana sean ciudadanos de buena conducta, con conciencia cívica, productivos y que a
su vez hagan lo mismo con las próximas generaciones, es garantizar el progreso de un país, es
la condición sine qua non para lograr la meta de una verdadera humanización de toda la
sociedad universal, lo que lleva implícito la convivencia en paz, armonía, sin miserias y sin
sometimientos de unos a otros. Muchas veces se utiliza la infancia como argumento político y
para los bellos discursos, pero a la hora de la práctica de políticas y disposiciones para
beneficiar de manera real a los menores, hay muchas dudas y reticencias porque los adultos
temen perder sus estatus de sector dominante, resistiéndose a hacer el esfuerzo por aprender
cómo realizar su labor de padres de maneras más pacientes y positivas, porque esto supone el
reconocimiento de nuestras deficiencias, porque exige tiempo y dedicación, que muchas veces
no tenemos o no queremos tener, por no privarnos de nuestro propio tiempo para los negocios,
la política, los encuentros sociales, etc.
Creemos pues, que lo primero que debemos comprender es que todas las personas que
sean padres en potencia, lo cual incluye especialmente a la población más joven (adolescentes
y adultos jóvenes), necesitan algún tipo de adiestramiento en métodos adecuados de crianza.
Esta enseñanza debe iniciarse en las escuelas desde la primaria, pero de manera más
específica en los tres últimos años de la escuela, o sea, de la educación media. Debería
continuarse en los años de formación superior, tanto en universidades como en institutos
técnicos, y así como en casi todas las carreras se ha incorporado el estudio del español, de la
informática, de la historia de Panamá y del idioma inglés, por considerarlos aspectos
fundamentales de toda formación educativa, ¿por qué no hacer lo mismo con lo que se podría
llamar formación para la paternidad y la vida familiar? ¿Acaso esta enseñanza es menos
trascendente que la de los idiomas, la informática o la historia del país? Lo que se aprenda en
la escuela y en la educación superior, debe ser reforzado cada cierto tiempo en las
instituciones públicas y privadas, así como en los centros comunales.
Hay muchos temas sobre los que deben ser instruidos los futuros padres y los que
recientemente lo son, como las condiciones para una vida familiar sana, la profilaxis del
embarazo, nociones sobre el normal desarrollo físico y psicológico de los niños, la prevención
de las enfermedades físicas y mentales, las condiciones para criar niños sanos y saludables, la
estimulación temprana en el hogar, el manejo de la disciplina en el hogar o disciplina positiva,
estrategias básicas de modificación de conducta, la sexualidad en los niños y adolescentes, las
crisis de la adolescencia, la paternidad responsable, prevención del maltrato a los hijos, manejo
del estrés y de las relaciones interpersonales, reconocimiento y manejo del estrés, el verdadero
sentido de la educación escolar, los métodos efectivos de estudio y la participación de los
padres en la formación escolar. La ignorancia de la mayoría de estos temas, es lo que hace
que los adultos caigan en muchos errores que pueden costar caro no solamente a los hijos sino
a ellos mismos.
Qué se necesita para una buena crianza
Se requieren de parte de los adultos, unas condiciones básicas para estar en capacidad de
realizar una crianza que facilite el buen desarrollo físico y emocional de los niños. Una de ellas
es, que toda persona que quiera ser padre o madre, tiene que practicar la paciencia en el
mayor grado posible. La impaciencia es una de las razones del maltrato a los hijos y de las
exigencias irracionales, o parafraseando a Don Quijote, “es la razón de la sinrazón que a la
razón de los hijos se hace”. Personas hay que por causa de la forma en que fueron criados, o
por diferentes tipos de problemas que los agobian, pierden la calma con mucha facilidad y
gritan, castigan y golpean a los hijos, pretendiendo justificar su mala conducta atribuyendo a
éstos la culpa. Cada padre, si en verdad quiere educar bien a sus hijos, debe conocerse a sí
mismo, y si es consciente de que no está dotado con la suficiente paciencia par afrontar los
retos diarios de la crianza, debe entonces buscar la ayuda necesaria, o en todo caso, hacer un
esfuerzo propio por cambiar y hacerse más controlado en sus reacciones.
Los adultos que presentan trastornos de naturaleza psicopatológica, pero que no hayan sido
declarados incompetentes para desempeñarse como padres, necesitan supervisión constante
de otros familiares y de profesionales de la salud mental para ayudarlos a criar a sus hijos. En
el caso de los que padecen trastornos de la personalidad, la negación de su patología es lo
usual, por lo que los riesgos de incidir negativamente en los hijos aumentan grandemente,
siendo necesario que la vigilancia necesaria sea aún más estrecha.
Otra cualidad o condición es la de no dejarse llevar por las creencias populares que se
vienen transmitiendo de generación en generación y que son, en gran parte, la causa de que
no se haya podido aún conseguir que el niño sea respetado en su integridad y se le siga
acosando y maltratando. La aceptación de que los hijos no son propiedad de los padres y de
que el deber de éstos es, entre otras cosas, protegerlos contra todo tipo de perjuicio que dañe
su cuerpo o su mente, garantiza que la relación adulto-niño transcurra por cauces más
gratificantes y productivos.
El conocimiento, aunque sea en sus aspectos más básicos, de lo que se puede esperar de
un niño en cada etapa de la vida, es también importante para no equivocarse a la hora de
demandar la obediencia o la ejecución de tareas para las cuales aún no está del todo
preparado. La ignorancia de la psicología infantil lleva a muchos padres a entrar en conflicto
con sus hijos pequeños, o incluso con los adolescentes a los que unas veces quieren tratar
como inmaduros y otras como si ya fueran adultos hechos y derechos.
Hay que añadir a las condiciones mencionadas, la creación de un ambiente familiar propicio
para las buenas relaciones y para la armonía entre todos sus componentes, así como para que
los hijos vean en los padres los modelos positivos con los cuales identificarse, aprendiendo de
ellos los valores y los comportamientos que los guíen acertadamente por la vida. De más está
decir que en muchos hogares, estos modelos, lejos de ser una influencia positiva, se
constituyen en fuente de malos ejemplos, descalificando así a los mayores como entes
moralmente autorizados para exigir a sus hijos que anden por el sendero recto.
Muy ligado también a las conductas de los padres, es la dificultad que tienen las parejas
para ponerse de acuerdo en las ideas en relación con lo que se debe y no se debe hacer con
los hijos, en los que se debe o no permitir. La falta de coherencia entre padres trae mucha
confusión en los hijos, impidiéndoles hacerse de una conciencia clara de lo que es bueno o
malo para ellos. Como personas aún sin la madurez necesaria como para razonar pensando
con la mente dirigida hacia el futuro, los niños tratan de acomodarse en el momento a lo que
más les conviene en situaciones de inconsistencia entre sus progenitores o sus tutores.
Finalmente, como cuarta condición fundamental, es la de evitar que las influencias
perjudiciales del medio social en el que está inmersa la familia, interfiera con los intentos de los
padres por educar bien a sus hijos. Las influencias negativas pueden afectar a niños y jóvenes
de cualquier edad si nos referimos al conjunto de la sociedad, lo cual se puede dar a través de
los medios de comunicación, los espectáculos, la pornografía, la popularización de las malas
maneras y de la violencia, las amistades inconvenientes, etc., pero son particularmente notorias
en las barriadas pobres donde el nivel cultural de las familias y la subcultura del delito es el
escenario diario de los niños y adolescentes. Una familia que tenga que vivir en un vecindario
de los llamados zona roja, necesita de un gran esfuerzo de imaginación para ocupar a sus
hijos en actividades atractivas que los mantengan alejados de esas malas influencias, lo cual, a
menos que los padres dediquen tiempo a sus hijos y dispongan de los medios mínimos
necesarios para ello, es realmente difícil. Por eso es que es en estos contextos sociales donde
más se necesita la intervención del Estado y otras organizaciones no gubernamentales,
desarrollando programas que ayuden a las familias a evitar que los menores no presenten
problemas de conducta o de delincuencia.
Estrategias de disciplina humana y efectiva
Sin la intención de hacer una revisión extensiva de los métodos de disciplina que se
recomiendan para criar y educar a los hijos de la mejor manera posible, ya que esto merecería
un libro dedicado especialmente al tema, quiero exponer algunos aspectos y consejos
fundamentales. Los padres pueden acudir a los muchos manuales sobre la crianza de niños
que existen en el mercado, así como a páginas de Internet, además de solicitar las
orientaciones que pueden dar los profesionales de la salud mental infantil y juvenil en las
clínicas o seguir los programas que los medios de comunicación ofrecen sobre métodos de
disciplina en el hogar.
Como punto de partida, debemos dejar en claro que disciplina no significa castigo, sino los
hábitos que toda persona necesita desarrollar en el tiempo para la consecución de
determinados fines. En el marco de la crianza, la disciplina es entonces la adquisición de
hábitos y la incorporación de normas que le faciliten al individuo en crecimiento lograr una
personalidad sana, bien adaptada y fructífera. Sin disciplina, se malogran los resultados de una
buena crianza. Pero, si se malentiende este concepto y se equipara a castigos, se caerá en un
fatal error que producirá, como hemos visto en las páginas precedentes, efectos
contraproducentes. Relacionado con el concepto de disciplina, se señalan dos clases: una es la
disciplina negativa, que se basa más en la reprimenda, el castigo, las amenazas, se centra en
la mala conducta y lleva constantemente a los enfrentamientos con los hijos. Es el concepto de
disciplina al que he aludido como el equivocado porque no lleva a los frutos que se desean.
Trae como consecuencias rebeldía, reto a la autoridad, la comisión de malas acciones aunque
tengan que hacerse a escondidas
El otro tipo, el que realmente se ajusta al concepto de disciplina, es el de la disciplina
positiva. Ésta se fundamenta en el aprendizaje del autocontrol, la aceptación razonada de las
normas y actitudes. Utiliza más el elogio, los incentivos y la empatía. Es el tipo de estrategias
que da los mejores resultados, aunque no siempre se aprecien de inmediato, pero sí a medio y
largo plazo. Favorece la formación del carácter y la personalidad, así como también propicia la
obediencia y un mejor comportamiento por convencimiento y no por temor.
La piedra angular de toda crianza exitosa es la promoción, desde un principio, de una sólida
relación empática entre los padres y sus hijos. Cuando los niños se sienten muy identificados
con sus padres y perciben los sentimientos positivos de éstos hacia ellos, se forman unos lazos
afectivos que facilitarán el proceso de educación en el hogar, además de que se convierten en
un fuerte factor protector contra las influencias perniciosas del exterior. Una relación afectiva
fuerte de ambos padres con el hijo, hará que éste se sienta mucho más inclinado a cooperar y
menos propenso a las conductas rebeldes.
No obstante, los adultos deben tener en cuenta que querer mucho a un hijo no es permitirle
o darle todo lo que quiera. Se trata del error que comúnmente llamamos “malacrianza”. El amor
a los hijos implica que hay que instaurar límites claros y firmes, lo que no es sinónimo, de
represión a base de malos modos o golpes.
Un asunto que suele generar mucho conflicto entre padres e hijos es el de la obediencia.
Sobre ésta se debe saber que no es innata; que tener lenguaje no significa que se comprende
todo como un adulto; que se enseña a obedecer poco a poco, con ejemplos, paciencia y
estímulos, no por miedo, sino razonando aunque tome algo más de tiempo y por lo tanto la
desobediencia no debe ser motivo de trato inadecuado; que no se puede exigir a un niño lo que
no está en capacidad de hacer o comprender; y que, un poco de firmeza creciente, sin
violencias ni estridencias, ayuda a crear hábitos de cumplimiento. Los mensajes que se den a
los niños desde los pocos meses de vida, necesitan ser, de acuerdo a cada edad, lo
suficientemente claros, explicados, consistentes, es decir, que no se estén cambiando de
manera incoherente, y firmes, en el sentido de que hay que hacerlos cumplir cuando se trata
del propio interés del niño. No son aceptables, demandas a los niños que no sean para su
propio bien, y no por caprichos de los mayores, o porque éstos quieren satisfacerse a sí
mismos.
El orden es otro aspecto de la vida diaria en las familias que origina no pocos altercados con
los hijos. Sobre este tema también es importante tener en consideración algunos puntos: el
orden no es una prioridad del niño, siendo así que la necesidad de un orden estricto están más
en la mente del adulto. El orden es un hábito que también se aprende y, el buen ejemplo y la
paciencia, son indispensables para tal fin. En los niños pequeños, el ayudarlos a ordenar y
elogiarlos aunque no lo hayan hecho ellos todo, es buena una forma de inculcar el orden.
Las tareas escolares y el bajo rendimiento escolar causa mucha ansiedad en las familias,
especialmente en las madres, provocando castigos frecuentes y enfrentamientos con los niños
a la hora de los estudios en casa. Para evitar estos problemas, es importante acostumbrar a los
niños a hacer sus tareas ellos solos, con supervisión decreciente, desde que están en el
preescolar. Los estudiantes que se habituaron a ser independientes para sus tareas escolares,
las hacen más diligentemente y con más gusto. Si existen en el niño dificultades para aprender,
hay que examinar diferentes factores que pueden estar influyendo, de los cuales no lo es
menos el tipo de escuela al que asista.
Cuando se afronten los problemas derivados del aprovechamiento académico, es
aconsejable seguir una serie de indicaciones que expongo a continuación: asegurarse de que
no existan trastornos de índole familiar que estén interfiriendo con la capacidad del niño para
estudiar y aprender; crear un ambiente agradable y libre, en lo posible, de distractores a la hora
de las tareas; evitar estados de desesperación cuando el niño no logre comprender o se resista
a trabajar; utilizar los elogios y los incentivos, pero no gritos ni amenazas, y mucho menos
agresiones físicas o críticas; no estudiar por períodos largos, sobre todo en los niños de menor
edad, o en los que se distraen con facilidad; no permitir que la vida familiar se altere por causa
de la escuela; no castigar, regañar o amenazar por bajas calificaciones, ya que lo mejor en
estos casos es revisar con el niño la tarea o el examen y hacer que estudie el tema
nuevamente, y buscar ayuda profesional si el niño tiene algún problema que le esté limitando el
aprendizaje de alguna manera (trastorno físico, psicológico, dificultades para la atención,
problemas específicos del aprendizaje de la lectura o la escritura, mala conducta en la escuela,
hiperactividad, etc.). No se debe esperar a que fracase el grado para entonces solicitar la
ayuda.
Con la adolescencia, se presentan situaciones que a muchos padres les resulta difícil de
afrontar de manera satisfactoria, como son las rebeldías, los desajustes de horarios, las salidas
nocturnas, los noviazgos, las modas, la negativa a que se le sigan imponiendo las ideas y las
costumbres de los mayores. Es una etapa en la que el joven busca sus modelos fuera de la
casa, dejando los padres de tener en ellos la ascendencia que antes tenían y generándoles
malestar ya que sienten que el hijo “se les escapa de las manos”. El manejo prudente,
inteligente, comprensivo y calmado de esta etapa de la vida de los hijos, es lo que hace que no
se convierta en un dolor de cabeza para los adultos, o en el origen de serios desafíos que no
es raro que acaben en maltrato. La solidez de los lazos afectivos que se hayan formado en la
niñez entre los padres y el hijo, los valores que éste haya introyectado a través de una relación
positiva, la capacidad de los aquéllos para negociar con el adolescente respecto a sus
derechos y deberes, además de lo que se haya podido lograr en cuanto a evitar las malas
influencias del ambiente, son factores de mejor pronóstico.
Desde que el niño o niña va dando señales de que se va acercando a la pubertad, los
padres deben ir desarrollando una labor pedagógica sincera y progresiva, reforzando cada vez
más la relación empática. Tal relación no se podría dar si el padre y la madre no van
permitiendo, de manera gradual, que aquél pueda ir descubriéndose a sí mismo, desarrollar
amistades según sus intereses, dar sus opiniones, seguir sus gustos y modas. Los acuerdos a
los que se llegue con los adolescentes, deben garantizar que se comprometa a equilibrar
deberes y derechos.
Si un joven comete una acción inaceptable, como es una falta de respeto, una salida tarde
sin permiso, llegadas a horas inadecuadas de modo reiterativo u otras, la solución no es
empezar a recriminarle con gritos, advertencias de sanciones más graves o agrediéndolo con
golpes. Así, además de irrespetar el derecho básico de toda persona de no ser violentada y de
propiciar secuelas como las que se han descrito en la vida futura del individuo, los efectos
inmediatos son también muy contraproducentes: mayor tendencia a reincidir, rabia contra el o
los padres castigadores, deseos de huir de la casa, intentos de suicidio, depresiones, lesiones
físicas, etc. Ante situaciones tales, caben actitudes como: si es en horas de la noche que se ha
producido la transgresión, es mejor iniciar un diálogo franco y abierto con el hijo o hija al día
siguiente en un momento oportuno; si es en el día, dejar pasar unos minutos o unas horas,
para iniciar un acercamiento en el cual se debe analizar la situación entre ambas partes,
dejando que el o la joven se sinceren y opinen al respecto; tratando también en ese diálogo,
que haya un compromiso firme de respetar las normas por parte del menor. Si se trata de un
adolescente con una conducta muy desajustada, con conductas que ya caen dentro de lo
peligroso o antisocial, la ayuda profesional es lo indicado a la familia y al mismo joven es lo que
procede.
En el proceso de crianza, lo último a lo que debemos recurrir es a los castigos o sanciones.
Cuando haya que imponer una consecuencia a una mala acción, lo cual no debe pasar antes
de haber dado mucho tiempo al diálogo y al razonamiento, no debe ser nunca de tipo
humillante, agresiva o desproporcionada. Debe ser siempre explicada, con intención educativa
y razonable en relación al tiempo de duración. Lo mejor es evitar en la medida de lo posible la
aplicación de castigos. Es mejor comprometer al joven a alguna acción de tipo reivindicatorio.
Es muy común escuchar a padres decir que “tuvieron que recurrir al palo, o a la correa
porque ya habían agotado todos los medios”. Pero, aparte de que por las razones humanas,
legales, psicológicas, pedagógicas y sociales que ya he descrito y por las cuales no es
aceptable la violencia para disciplinar, lo cierto es que un somero estudio de cada uno de estos
casos, revela que en realidad, eso de que “se agotaron los medios” no es verdad, y la mayor
parte de las veces, lo que se encuentra es que los intentos previos para corregir a un niño o
adolescente no han sido los adecuados, sino que más bien han consistido en sermones,
advertencias de tipo agresivo y privaciones irracionales y sin efecto positivo alguno. Los
estudios también han demostrado que cuando los padres practican desde un principio métodos
de disciplina positiva, en un clima de afectividad pero al mismo tiempo consistencia y firmeza
cuando se necesita, los niños no acostumbran a descarriarse. Siempre puede haber
excepciones porque otros factores pueden interferir, pero cuando es así, se necesita entonces
buscar la ayuda profesional y no caer en la violencia.
El principal deber de
todo maestro es hacerse amar
por sus discípulos Erasmo .
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