LOS CASTIGOS FÍSICOS EN LAS ESCUELAS
Los niños son la esperanza del mundo José Martí viva Cuba Libre
En la actualidad, menos padres aceptan que un maestro agreda física o psicológicamente a
uno de sus hijos en comparación con los de tres o cuatro generaciones atrás. En esos tiempos,
aunque no siempre, se permitía al personal de los centros escolares corregir a los alumnos que
no acataban las normas disciplinarias, o que no respondían bien las lecciones, con diferentes
formas de castigo corporal, siendo la más común el famoso reglazo en la mano, las nalgas, la
cabeza, la espalda o las piernas. Los niños estuvieron sometidos a abusos desde tiempos muy
remotos y en todas las culturas. Es muy conocido el relato de un estudiante de la “casa de las
tablillas” (escuela) de una de las ciudades de la Mesopotamia antigua que nos ha transmitido
Thoorens en su libro “De Sumer a la Grecia Clásica”: …”He mirado a mi madre y le he dicho:
dame mi desayuno, quiero ir a la casa de las tablillas. / Mi madre me ha dado dos panecillos
que ha tomado del horno y delante de ella he calmado mi sed. /Entonces he ido a la casa de
las tablillas. / En la casa de las tablillas el pasante me ha dicho: ¿Por qué llegas tan tarde?/ Me
ha dado miedo y mi corazón se ha puesto a palpitar. /Me he presentado delante del maestro
que me ha indicado mi sitio. /He leído mi tablilla, se ha puesto furioso y me ha pegado.” Se
deduce del relato que el pobre niño había leído mal su tablilla en la que escribían las tareas y
ha merecido el azote. En estas escuelas, el niño aprendía de memoria y recitaba su tablilla, y si
cometía un error, el “gran hermano”, una especie de supervisor, lo corregía en todos los
sentidos del término, nos dicen Debesse y Mialaret, y citan el testimonio de un alumno
agradecido a su maestro: “Tu me golpeabas en la espalda y en mi oreja tu doctrina penetraba.”
La “letra con sangre entra” fue durante muchos siglos un lema de los educadores. Se creía
firmemente que, para que los niños aprendieran sus lecciones, era efectivo que se les
vapuleara cuando se les hacía difícil o no querían aplicarse. En la antigua Roma, como nos
cuenta Moro Ipola, profesora de Historia Antigua, “el método de disciplina más empleado en las
scholae era el castigo físico por mucho que personajes de la altura de Séneca, Juvenal y, por
supuesto, Quintiliano, estuviesen en contra.” De Mateos Montero, en su trabajo “La disciplina
hace al hombre. Apuntes sobre el reformismo en los orígenes de la escuela”, extraemos la
siguiente referencia: “…pero los azotes… es lo que hay en la parca realidad escolar del siglo
XVII. La convicción general era que solo el castigo y el zurriagazo pueden domeñar la
naturaleza bruta del niño, como nos dicen tantos testimonios de recuerdos escolares.” Este
autor cita una referencia biográfica de un famoso salmantino relacionada con la experiencia
escolar: “A los cinco años me pusieron mis padres la cartilla en la mano, y, con ella, me
clavaron en el corazón el miedo al maestro, el horror a la escuela, el susto continuado a los
azotes y las demás angustias que la buena crianza tiene establecidas contra los inocentes
muchachos. Pagué con las nalgas el saber leer, y con muchos sopapos y palmetas el saber
escribir...”
En los inicios del siglo XXI, aún muchos países en el mundo siguen permitiendo el castigo
corporal en las escuelas, o al menos, no han sancionado leyes o decretos que los prohíban.
En Panamá el castigo corporal es legal en el ámbito educativo. El artículo 443 del Código de la
Familia dice: “El pupilo debe respeto y obediencia al tutor. Éste podrá corregirlo
moderadamente.” El castigo corporal que ocasione lesiones es sancionable, conforme al
Código Penal. Estamos aquí, igual en la misma situación ambigua que la que se tiene
planteada el Código respecto al uso de los castigos de parte de los padres cuando dice que
pueden corregir razonablemente, siendo la diferencia entre lo aceptado y lo penalizado, el
causar lesiones. Se trata pues de un criterio de intensidad que se presta para interpretaciones
diferentes en relación a qué es una lesión y que no lo es. Obviamente, no se toman en
consideración los traumas psicológicos o morales que se pueden causar a un alumno por la
violencia de los maestros. Asimismo, un porcentaje importante de padres de familia, siguen sin
oponerse a los castigos físicos en las escuelas siempre y cuando no causen daños físicos,
aunque como ya anoté, la cifra es menor que en épocas pasadas. Los padres que lo aprueban
son los que tienen hijos que presentan malas conductas de forma reiterada y más dificultad
para su disciplina en la casa.
A diferencia de la prohibición del castigo físico en los hogares que solo 23 países han
aprobado, los que han firmado la prohibición de esos castigos en las escuelas son mucho más
que los que no lo han hecho: 106 contra 88 hasta el año 2007. La razón por la cual en países
que han condenado el castigo corporal contra estudiantes en las escuelas no se ha prohibido
en los hogares, no deja de ser una incoherencia moral y legal. Es casi decir que nadie más que
los padres o tutores de crianza, tienen derecho a golpear a los hijos para disciplinarlos.
Curiosamente, se han venido incrementando los ataques físicos de parte de padres contra
educadores, provocados precisamente por agresiones de éstos a sus hijos. No obstante,
algunos de estos padres vengadores también usan el castigo físico en sus casas para corregir
a sus hijos. Se trata nada más de la reivindicación de un derecho que reclaman solo para ellos
y para nadie más resumido en la frase: “A mi hijo sólo le pego yo”.
Los efectos perniciosos de la violencia contra los alumnos de parte de sus maestros, son
muy parecidos a los ya mencionados en relación a los castigos físicos en la crianza y
educación doméstica. Se debe sumar a ellos el hecho de que la buena relación educadoreducando
es fundamental para un buen proceso de enseñanza y aprendizaje. Al contrario de lo
que se venía sosteniendo de que la “letra con sangre entra” y de que los palos son necesarios
algunas veces para hacer entrar en razón a los estudiantes díscolos, todos los estudios
modernos sobre el tema concluyen que crear un clima de temor y de amenazas de represión
en el aula, no solo son adversos para un buen aprendizaje, sino que producen en los jóvenes,
especialmente los más susceptibles, alteraciones emocionales o conductuales, algunas de las
cuales pueden llegar a ser muy acentuadas (estados fóbicos, de ansiedad generalizada,
depresiones, huída de la escuela o rechazo a entrar a algunas clases, trastornos del sueño,
miedo a ser fracasado, etc.).
Murray Strauss, en su libro “Beating the devil out of them”, basado en una amplia
investigación sobre el tema de los castigos corporales contra los niños, nos exponen los que se
encontró en cuanto al uso del mismo en las escuelas. Strauss nos dice que mientras más
personal escolar está autorizado para castigar corporalmente, más alta es la tasa de
agresiones por parte de los niños en las escuelas. Claro que, lo contrario también puede ser
verdad: mientras más alta la tase de actos violentos de parte de los estudiantes, mayor la
autorización al personal para el uso del castigo físico, pero las estadísticas (resultantes de la
investigación), muestran al menos que, golpear a los niños no reduce el nivel de la violencia
escolar a los niveles existentes en las escuelas donde no se castiga físicamente. El autor de la
investigación piensa que esta práctica incrementa la cantidad de violencia estudiantil, porque
los maestros sientan un ejemplo que los alumnos tienden a seguir.
Las escuelas con sistemas disciplinarios muy estrictos y represivos, no han entendido aún
cómo debe ser la pedagogía en aras de una buena formación de la persona. De hecho,
muchos adultos guardan traumas de su época escolar, debido a las humillaciones y las
agresiones físicas o verbales que les dispensaron algunos de sus maestros. La escuela no
debe ser un lugar de torturas sino donde se fomente la paz, la concordia, la comprensión, la
promoción de la salud (mental y física) y donde reine un ambiente propicio para un aprendizaje
sin angustias ni temores. El docente no está para castigar o para fracasar, sino para apoyar,
guiar y estimular. Las escuelas donde a los estudiantes se les castigaba colocándoles orejas de
burro, con golpes de regla o de pequeñas fustas, arrodillándoles por tiempos prolongado hasta
hacerse lesiones en la piel de las rodillas, con bofetadas, jalones de orejas y otras crueldades,
deben ser ya cosa del pasado. Seguir permitiendo que se abuse de los niños y jóvenes en las
escuelas, no puede ser menos que un delito de lesa humanidad.
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