De esa manera dejamos claro quién manda en la casa.
Otro argumento, que afortunadamente ya no es tan explícito aunque aún influye en la
tendencia a castigar físicamente en los padres de sexo masculino, es la necesidad de enviar el
mensaje de que él tiene la autoridad y el mando en la familia. Ante la mínima transgresión y a
veces sin que haya existido alguna, se golpea al hijo para que nunca se olvide quién manda en
la casa. Suele darse esta actitud entre padres tiránicos, que implantan un régimen de terror
para la esposa, los hijos y todo aquel que se cobije bajo el mismo techo. Es el “te pego porque
me da la gana.” Estos abusadores suelen ser además personas incapaces de dar alguna
muestra de afecto, ni siquiera a sus hijas. En la casa todos deben estar a su servicio porque es
el “cabeza de familia”, a quien todos deben obediencia y respeto; solo él tiene derechos, los
demás no. No se trata de una situación patológica a los ojos de estas personas que llevan la
autoridad del “pater familias a formas extremas.” Hemos conocido de corregidores que actúan
bajo esta mentalidad cuando una mujer denuncia a su esposo o un hijo al padre por malos
tratos: “no hay delito porque el esposo o padre tienen todo el derecho de ejercer la autoridad
en la familia, ya que es el jefe”. Si lo analizamos legal o racionalmente, es evidente que se
trata de casos de abuso de autoridad que implica muchas veces una patología de la
personalidad.
Nadie me va a decir lo que debo o puedo hacer con mis hijos.
Muy relacionada con la postura anterior es la de los padres que se defienden ante alguna
crítica por utilizar el castigo físico, o ante las recomendaciones de un profesional para la
utilización de maneras no violentas de crianza. Es el concepto que aunado al de la total
autoridad parental, une el de la propiedad de los hijos. “Son mis hijos y los educo como yo
quiera”, y ese “educo” lleva implícito el “el “hago con ellos lo que yo quiera”, salvo matarlos,
añaden, como para darle más sentido racional a la posición. Está de más decir que ya ninguna
legislación moderna concibe a los hijos como propiedad de los padres. Estos tienen derechos
sobre los hijos como son: transmitirles su herencia cultural, exigir de ellos respeto y obediencia
siempre que se trate de demandas justas, como cuando se pide tener la casa en orden, cumplir
con los deberes familiares y escolares, etc. Pero también tienen deberes como respetar la
integridad física y psicológica de los hijos, darles una educación con valores universales, tener
en consideración sus opiniones cuando ya tiene uso de razón suficiente como para emitirlas,
garantizarles un desarrollo físico, emocional y mental sano. En pocas palabras: formarlos en las
mejores condiciones posibles para hacer de ellos ciudadanos productivos, de buena conducta y
sin traumas causados por errores de crianza. En todo país, las autoridades deben insistir en
erradicar actitudes como la de que los niños son propiedad de sus padres y estos por tanto,
pueden tratarlos a su antojo y capricho.
Los jóvenes de hoy “están como están” porque ya no se les pega.
Si se examinan las estadísticas de cualquier país, nos daremos cuenta de que en la mayor
parte de las familias se sigue el hábito de castigar corporalmente a los hijos cuando “se portan
mal.” Desde las formas más leves hasta las más graves, los golpes se siguen prodigando en
todos los niveles sociales, y a los cuartos de urgencia siguen llegando niños con signos de
maltrato o incluso muertos por las consecuencias del mismo. Incluso en un país como Suecia,
que fue el primero que prohibió el uso del castigo físico contra los niños, el mismo ha
continuado reportándose, y en otro país de la Unión Europea como España, donde el nivel de
delincuencia juvenil se ha incrementado notablemente, el presidente de la Federación de
Asociaciones para la Prevención del Maltrato Infantil, Jesús García Pérez, declaró que “uno de
cada 7 niños sufre algún tipo de maltrato físico”, y añade: "Lo que sabemos del maltrato, lo que
vemos, es solo la punta del iceberg porque la mayoría de los casos, aunque se saben, no se
notifican.”
Datos de la UNICEF en 2007, revelaron que solamente en América Latina el castigo
corporal en los hogares y en las escuelas es una práctica común en toda la región, y en pocos
países está prohibido por la ley. Golpear a un niño en el seno familiar como método de
disciplina, incluso con palos o cinturones, causando enormes heridas, es aún una práctica
usual que está permitida por la ley en casi todos los países del mundo. En realidad, en la
mayoría de las naciones, el castigo físico hacia los niños es la única forma de violencia
interpersonal consentida por la ley, mientras que por el contrario las amenazas más triviales
emitidas por los alumnos en sus escuelas son consideradas delitos. Allí donde los niños han
sido entrevistados acerca de las agresiones violentas cometidas por adultos o por otros niños
de la comunidad, se descubren unos porcentajes muchos mayores de trato injusto. Y en base
al mismo informe, sabemos que en Colombia, el 42% de las mujeres informó que sus esposos
y compañeros castigaban a sus hijos con golpes. Entre un 47% y un 53% de las mujeres
consideran que el castigo físico es necesario para la educación de los hijos y lo emplean. En
Chile, un 75.3% de los niños y niñas entrevistados en un estudio sobre maltrato infantil, recibe
algún tipo de violencia por parte de sus padres. Más de la mitad recibe violencia física y uno de
cada cuatro la violencia física es grave. En Barbados, un estudio halló en 1987 que el 70% de
los entrevistados aprobaban en general el castigo físico por parte de los padres; de ellos el
76% consentía el uso de cinturones o correas para pegar a los hijos.
Otras estadísticas que nos aporta la UNICEF nos dicen que “alrededor de 80.000 niños y
adolescentes, mueren cada año a causa de la violencia en sus hogares. Esta situación
contrasta con los principios de la Convención sobre los Derechos del Niño, que en su
preámbulo, afirma que el niño por su inmadurez "necesita protección y cuidados especiales.”
Investigaciones de varios países de todos los continentes, como los realizados por Rädda
Barnen y EPOCH-World Wide, han encontrado altos niveles de sanciones violentas en el seno
familiar. En India, una encuesta realizada en 1991 entre estudiantes universitarios reveló que el
91% de los hombres y el 86% de las mujeres habían sido atormentados físicamente durante la
infancia. En Rumania, un análisis, efectuado en 1992, descubrió que el 84% de una muestra de
padres veía el azote como una forma habitual de educación infantil y el 96% no lo percibían
como humillante. En el Reino Unido, el gobierno financió una investigación –publicada en
1995– en la que se demostraba que casi uno de cada seis niños había experimentado castigos
físicos severos; que una amplia mayoría, 91%, había sido aporreada, el 77% durante el año
anterior. En Estados unidos una encuesta realizada en 1985 sobre 3.232 familias, encontró que
el 89% de los progenitores habían golpeado a sus niños de tres años durante el año anterior y
que aproximadamente una tercera parte de los jóvenes de entre 15 y 17 años también habían
sido apaleados.
En una presentación dada en la Presidencia de Panamá, un Experto Independiente para el
Estudio del Secretario-General de Naciones Unidas sobre la Violencia contra los Niños afirmó:
“La mayor parte de la violencia contra niños, niñas y adolescentes es totalmente invisible,
simplemente no existe en estadísticas nacionales o internacionales.” La historia de la violencia
contra los niños es una historia del silencio, lo que quiere decir que, aunque se tienen datos
impresionantes al respecto, la verdad es que esas cifras quedan muy por debajo de la realidad,
lo cual resulta aún más alarmante. En Panamá no tenemos estadísticas sobre el castigo físico,
ninguna que el autor de este libro haya podido conocer. No obstante, no es equivocado pensar
que la violencia familiar contra los niños en nuestro país se de en la misma cuantía en la que se
da en otras partes del continente. De hecho, al Hospital del Niño en la ciudad capital, llega al
menos un menor al día víctima de maltrato, según informaron autoridades de dicho centro en
enero de 2010 a través de los medios de comunicación social.
Decir pues, que hay aumento de la delincuencia juvenil, o que la juventud está “descarriada”
porque ya no se permite pegarles o por causa del Código de la Familia y el Menor, es una
falacia que solo se explica por el desconocimiento de las verdaderas razones de índole social,
económica y política que inciden en los problemas de la juventud. Más adelante veremos que
es todo lo contrario, que existe una relación directa entre violencia contra los niños y conductas
delictivas.
Quiero reproducir aquí lo que escribí en otro libro que publiqué bajo el título “Los problemas
de disciplina en la escuela. Manual para docentes”:
Es común la afirmación de que tiempos pasados eran mejores y que en el mundo de
hoy algo se ha perdido, razón por la cual la juventud “anda como anda.” Este “algo”
que se ha perdido se refiere generalmente, al poder del adulto para someter a los
hijos o a los alumnos a una obediencia estricta y sin discusión posible. Tal
sometimiento se resume en una frase que se escucha muy a menudo de boca de
quienes añoran esas épocas, en las que todo, supuestamente, estaba derecho y en
su lugar: “Antes, mi padre o mi madre (o mis maestros) solamente tenían que
mirarme fijamente para que yo me comportara bien”. O también en esta otra: “En
mis tiempos, si yo me portaba mal, me daban una paliza tal que no me quedaban
más ganas de hacerlo, y ahora ya ni siquiera podemos pegar o castigar a un hijo o a
un alumno porque se nos acusa de maltrato…” Pero, ¿qué hay de cierto en estos
juicios negativos de la juventud y las creencias de que todo tiempo pasado fue
mejor?... Verlo así es, evidentemente, enfocar el asunto de manera parcial, arbitraria
y vertical. Es la visión de quien somete, no de los sometidos; de quien pretende que
educar es imponer y crear seres sumisos que posteriormente los relevarán en esta
“noble labor” con la siguiente generación. El “se hace porque yo lo digo”, o “esta es
la verdad que tienes que aprender”, se resisten a dejar paso a posiciones más
democráticas. Lo propio de la crianza y educación de niños ha sido, a lo largo de la
historia de la humanidad, una tiranía de los adultos. El niño se encontraba en una
posición verdaderamente lamentable formando el eslabón más débil de una cadena
de poder que, iniciándose en los individuos que ostentaban los más altos cargos, se
iba descargando en los ciudadanos comunes de sexo masculino, de éstos en las
mujeres y de todos ellos en los niños…”
Toda la vida se ha hecho y se seguirá haciendo.
Finalmente, cuando las personas no encuentran defensa válida para el uso de la violencia
como supuesta forma de educar, se acude al más irrazonable de los argumentos: “como
siempre se ha hecho, se debe seguir haciendo”. Es el mismo argumento que se podría aplicar
a muchas otros aspectos de la vida. Por ejemplo: como desde el principio de los tiempos se ha
abusado de la mujer, entonces no hay por qué no seguir haciéndolo; como durante siglos los
hombres y mujeres no han tenido leyes que los protejan contra la arbitrariedad de los
gobernantes, continuemos sin ellas; como siempre han cometido actos de corrupción quienes
ostentan cargos de poder, es natural que siga pasando, y así podríamos continuar con la lista
de ejemplos de situaciones ya superadas, o al menos que se sabe que tienen que ser
eliminadas, y por tanto no es necesario insistir más en rechazar por absurda la tesis de la
consagración de un hecho negativo en base al tiempo.
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