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— CARMEN TERESA MOLINA (@CARMENLacatira) 16 de diciembre de 2016
La culpa es una forma particular de miedo. Cultivada desde la más temprana infancia, bloquea el desarrollo emocional y provoca estragos en la salud. Desprendernos de sus ataduras nos devuelve la libertad de ser y la alegría de vivir.
La mayoría de las personas almacenan mucho dolor escondido en su inconsciente. El sufrimiento reprimido es responsable de gran parte de los trastornos y enfermedades.
Resentimientos que supuran, amargura crónica, exagerada vulnerabilidad a las críticas, actitudes corrosivas y paralizantes que condenan a una vida empobrecida y carente de amor.
La culpabilidad es hija del miedo y está omnipresente en la vida de todos nosotros. Experimentamos culpa y no sabemos bien por qué: nos sentimos responsables de las desgracias ajenas y nos negamos a ser quienes somos para no dañar a los demás o culpamos al mundo y a quienes nos rodean de nuestras dificultades e imposibilidades.
Lo cierto es que tenemos una gran afición a sentirnos culpables o a hacer sentir culpables a los demás. Pero inconsciente siempre es culpabilidad, sea que la vivamos interiormente o la proyectemos al exterior.
Somos adictos a la culpa emocional o culpa neurótica. En realidad, lo verdaderamente neurótico son las condiciones en que se nos enseña a vivir y a habitar este mundo, y la culpa es una de sus manifestaciones clave solo medítalo y observa el entorno.
Tener paz en nuestros corazones y sosiego en nuestras mentes es el anhelo de todos. Aprender a desprendernos de la negatividad y de la culpa acumulada en nuestro interior nos libera de bloqueos y despeja el camino para la plena realización individual y voluntaria
Una persona que ha experimentado verdadero amor en sus primeros años de vida tendrá menos miedo y un buen comienzo para crecer y desarrollarse. Sin embargo, los sentimientos más cultivados en la infancia continúan siendo el miedo, la desvalorización y la culpa.
El miedo es ausencia de amor. El amor potencia nuestros dones y los multiplica; el miedo es pérdida de potencial.
Todos hemos sido educados en el miedo y bajo el método de la inculpación. Hay lazos familiares que destruyen una vida y existe un bloqueo muy común llamado “fidelidad familiar”: por una culpa invisible pero potente seguimos siendo fieles a mandatos, creencias y tabúes que enferman y nos impiden ser coherentes con lo que pensamos y sentimos y hacemos. Cuando los padres son inmaduros y carentes de sensatez culpabilizan a sus hijos de sus propias frustraciones e infelicidad. Se trata de una culpa que silencia la voz del niño, bloquea sus sentimientos y la única manera de huir de su dolorosa verdad es a través del olvido. Pero todo queda almacenado en cada célula del cuerpo, la memoria todo lo graba aún si no recordamos –nada se borra de nuestra alma– y, tarde o temprano, aflorará bajo forma de síntomas y malestares. Toda enfermedad y todo malestar aparecen, precisamente, para que podamos reparar y sanar nuestras heridas y así recuperar el estado natural de salud.
Cuántos secretos familiares, cuántos duelos no resueltos y cuántas situaciones de dolor no asumidas con madurez se transmiten silenciosamente de una generación a otra. Tragedias y enfermedades que se repiten en abuelos, padres e hijos, que viven bajo el peso de una culpa sombría que los empuja a saldar deudas emocionales ajenas e interminables.
Todos, de alguna manera, heredamos los anclajes emocionales de nuestros ancestros, repitiendo errores y dinámicas inconscientes. ¿Para qué se repiten? Para encontrar su resolución. Sólo la toma de conciencia nos permite corregirlos y liberarnos.
La culpa emocional lo corroe todo, inhibe nuestra libertad de elegir, sepulta la autoestima y detiene el crecimiento psicológico y espiritual, ya que un fuerte trasfondo infantil tiñe la afectividad y el modo de entablar vínculos afectivos de cualesquier índole de forma sana y voluntaria .
La culpabilidad es un programa muy inconsciente que condiciona nuestras vidas y nos hace vivir situaciones de castigo, sacrificio y sufrimiento. Subyace en conductas autodestructivas, en muchos de los accidentes, en los fracasos repentinos e inexplicables, en la pérdida de relaciones valiosas y oportunidades laborales y de logros.
Muchos viven sumidos en una niebla gris de descontento y angustia, los carcome una persistente sensación interior que los hace sentir siempre “en falta” de algo o de alguien, hagan lo que hagan y aún entregando su mayor esfuerzo y dedicación.
La autocondena, la autoinvalidación y un sentimiento de insuficiencia anidan en lo íntimo de personas muy rígidas, hiperexigentes, intolerantes y perfeccionistas en sus vidas cotidianas.
Pero también hay muchos otros, la gran mayoría, que simplemente se dedican a culpabilizar. Viven culpando al mundo y a quienes los rodean de sus propios infortunios y limitaciones. Su gran recompensa es convertirse en víctimas o mártires y colocar a la otra parte del mundo en el lugar del enemigo o del malvado. Viven con un alto costo emocional porque no advierten su pérdida de libertad y la debilidad e impotencia en la que coexisten.
Y hay una enorme mayoría que vive lamentándose del pasado y temiendo el futuro y, por lo tanto, se demuestran incapaces de experimentar alegría en el presente; viven aferrados al dolor porque hay una culpa inconsciente que los acecha inherente y permanentemente.
Tanto culpar como autoinculparse son las dos caras de un estado de inmadurez interior. Es una sensación constante de pequeñez que los hace creer no merecedores e indignos de una vida rica y plena; un estado que va mermando la capacidad de amar y de confiar en los demás. Y la vida se pasa así.
Cuanto mayor sea nuestra autovaloración y respeto interior, menos necesitaremos de la aprobación de los demás. Cuanto más pequeños e infelices nos sentimos por dentro, mayor cantidad de poder, dinero, apariencia para compensar la carencia.
El miedo y la culpa son sentimientos de la infancia, no son los sentimientos propios de un adulto emocional. Desprendernos de la culpa es desprendernos de nuestra pequeñez y recuperar nuestra inocencia innata interior.
Existe un impulso inamovible en todo ser humano hacia la plenitud, la integridad y su realización. Pero la visión media de la felicidad es extremadamente estrecha y mezquina debido a absurdas creencias profundamente enquistadas en nuestro mente individual y colectiva ; creencias que dejan huellas limitantes en nuestras relaciones y en nuestras actitudes vitales.
El dolor no nos hace más maduros: una persona madura es la que vive en plenitud y experimenta la verdadera felicidad sobre esta tierra.
Nos hemos estado castigando por ignorancia, por ingenuidad y, sobre todo, por falta de educación interior.
La culpa es la roca sobre la cual el egoísmo y la enfermedad edificaron su Templo. Por ende egoísmo es no poder ver al otro con sus diferencias y no poder aceptarlo tal como es. Es manipular la vida de aquellos a quienes decimos querer y atarlos con la pesada cadena de la culpabilidad porque no cumplen con nuestras expectativas. El amor beneficia a todos, el egoísmo busca sólo el propio beneficio.
La culpa es el gran sentimiento que nos deshereda, nos sume en un estado de carencia y privación interior y la enfermedad es su manifestación visible. la fatiga crónica, la depresión y muchos otros padecimientos son ejemplos de cómo colapsa la vitalidad de una persona por tanta tensión y culpa acumuladas.
Nada está oculto ni puede estarlo, no hay secretos para aquellos que miran con los ojos del corazón. Podemos elegir estar más sensibilizados, más conscientes, más responsables, discernir mejor y liberarnos de una gran cantidad de culpas.
La felicidad es buscada, traficada, robada, coaccionada y negada. Muchos persiguen la felicidad y hay quienes la crean. La felicidad sencillamente es un estado de paz interior.
Cada uno crea su propio cielo o su propio infierno.
La resistencia al cambio o al crecimiento es considerable; no ser conscientes de por qué o para qué nos ocurren las cosas es como vivir dormidos. Nos sensibilizamos o nos infantilizamos. Dejar de inculpar, dejar de ser víctimas y convertirnos en maestros de nuestras vidas es ser conscientes y hacernos responsables de cada pensamiento, de cada palabra y de cada obra que generamos. Nos convierte en creadores y cocreadores , de esa manera, enriquecemos, apoyamos y estimulamos la vida de nuestros semejantes.
Cuántas personas creen que hacen las cosas por amor a los demás y las hacen como consecuencia del desamor que se tienen a sí mismas. No escuchan su corazón, viven sus vidas al margen de sus sentimientos.
Despertar y recuperar nuestra dignidad intrínseca nos devuelve el poder de elegir.
Nosotros elegimos cómo queremos vivir. Cada momento es un momento de elección y en esa elección determinamos el instante siguiente –al que llamamos futuro–.
Elegir es arriesgarse y si no arriesgamos, no vivimos.
La vida es abundante en sus infinitas posibilidades si dejamos de estar en la carencia y en la privación porque no nos sentimos merecedores. La salud y el bienestar son consecuencias automáticas cuando recuperamos la coherencia emocional. Damos sentido a una vida sin sentido y nos encontramos con nuestra tan anhelada libertad.
“A través de mis errores aprendí aquello que tanto anhelaba y deseaba imperiosamente; aprendí a amar. Sólo la bondad que nos donamos a nosotros mismos nos libra de la culpa y nos perdona”.
El auténtico perdón y la verdadera reconciliación es con uno mismo; es un acto de amor hacia cada uno por habernos hecho tanto daño. Cuando sanamos la relación intrínseca, sanamos nuestra relación con el mundo
En definitiva, las relaciones que entablamos nos enseñan cómo nos relacionamos con nosotros mismos.
Descubrir las continuas oportunidades de crecimiento que se nos presentan en la vida cotidiana es un verdadero don y un grato placer de ser crecer para trascender.
La simplicidad es el sello de la madurez afectiva. Más maduramos, más simples y profundos nos volvemos. Entonces, la gratitud y la alegría brotan espontáneamente como cualidades exquisitas de nuestro auténtico ser potenciemos al máximo nuestras capacidades y dones perdonemos el pasado y a nuestros antepasados dejando de cargar culpas, sintiéndonos en paz, amorosos y muy felices procurando respetar a nuestros semejantes y respetarnos confió que esta reflexión pueda contribuir en algo a alguien que lo necesite apoyando a su crecimiento y evolución.
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