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La gente dice Acarigua cuando va a viajar hacia Araure. Cuando el vuelo comercial arriba al moderno aeropuerto de Araure, la desprevenida aeromoza no tiene reparos en anunciar el equívoco: hemos llegado a Acarigua. Lo mismo ocurre en las beisbolísticas transmisiones televisivas: aun cuando el estadium está ubicado en Araure se escucha afirmar: nos encontramos en la ciudad de Acarigua, tierra agrícola de Venezuela. Es un error que por igual cometen casas comerciales, agencias bancarias, la Guarnición Militar del Estado, y quienes por descuido desconocen, o pretenden desconocer, las diferencias de origen histórico que marcaron el nacimiento de estas ciudades vecinas.
Peor es el error lingüístico en el que a diario incurren numerosos comunicadores sociales y desentendidos al metropolitanizar verbalmente ciudades que han crecido juntas. Suele decirse erróneamente “Acarigua- Araure” para significar con ello que constituyen una sola ciudad. En este mismo contrasentido se ha impuesto el postizo término de “ciudades gemelas” para justificar el acelerado crecimiento de ambas ciudades; o peor todavía -¡valla desparpajo!- se les ha llamado ciudades “mellizas”.
El ¿descuidado? equívoco alcanza incluso niveles solapados de subestimación para con la tricentenaria ciudad araureña. Por ejemplo, cuando un partido de basketbol se realiza en el Gimnasio Cubierto de Acarigua se anuncia: “en el gimnasio Wibaldo Zabaleta de Acarigua”. Por el contrario, si el partido de fútbol se efectúa en el moderno complejo deportivo José Antonio Páez de Araure se afirma que el partido es en Acarigua-Araure. ¿Por qué cuando un evento de envergadura se realiza en Acarigua, no se dice por igual Acarigua-Araure, y sí al contrario?.
¿Primero Araure ó Acarigua?
La llegada del primer europeo a esta confluencia de llano y pie de monte se produjo en 1530, cuando el welser Nicolás de Federman tuvo un primer encuentro con los Caquetíos, nación aborigen a las que pertenecían los Cuibas y sus especificidades étnicas de los indios Boraure y los Hackarigua según la primeras grafías hispano- alemanas. Nicolás de Federman venía por el camino del centro del actual país, encontrándose el 15 de diciembre de 1530 con los Hackarigua. Cinco años después, más pegado a la montaña que divide al actual Lara de Portuguesa, el 24 de junio de 1535 el conquistador Jorge Espira avistó por vez primera a los indios Boraure.
¿Es más vieja Acarigua que Araure porque, fortuitamente, un europeo se encontró una primera vez con una etnia aborigen que con la otra?. Es innegable que ambas naciones (los Hackarigua y los Boraure) marcarían de alguna manera la toponimia de los futuros pueblos, pero no puede sostenerse con ello un estado de supuesta “antigüedad” porque unos fueron avistados primeros que otros. Esta es una superficialidad que no amerita serios análisis. Es natural que por haber marchado los primeros expedicionarios alemanes por caminos distintos, fueron los indios del cacique Hackarigua quienes fueron “encontrados” primero por Nicolás de Federman (1530) y no los Boraure por Jorge Espira (1535). Pero ello no constituye una cédula de identidad, ni mérito de antigüedad alguna entre una u otra población. Ni siquiera aún, el proceso mismo de fundación. Existe la manía (sembrada por el miope enfoque hispanista de nuestra vieja escuela y mal estudiada historia) de que prominente resulta una ciudad venezolana si ésta es más vieja que otra, tomando como resaltable “vejez” el escudriñar en su glorioso pasado el lujoso pedigrí de una fundación ejecutada por los españoles.
Ni aún así, Acarigua es más vieja que Araure, o viceversa. Históricamente, la ocupación de los territorios aborígenes y los espacios donde actualmente están emplazadas estas ciudades tuvieron un inicio prácticamente paralelo. Es necesario dejar constancia que la ocupación hispana del territorio aludido comenzó a operarse en la primera década del siglo XVII. Se ha tenido como válido que llamaban los españoles al este del actual piedemonte araureño los “Valles o llanos de San Miguel de Acarigua”, y que los predios que dieron origen a esta ciudad debieron poblarse, o comenzarse a poblar, poco antes de 1620(Nectario María, “Historia Documental de San Miguel de Acarigua, Madrid: 1964). Esta es noticia suficientemente divulgada, pues recoge la historia que aquel año, el Gobernador Francisco de la Hoz Berrío reconoció la condición de “pueblo hispano” a la reducción aborigen que por los lados del Río Bocoy mantenían los españoles con el nombre de Acarigua. Pero si auscultamos la historia de Araure, nos vamos a encontrar que viejos documentos revisados en esta población en 1778 por el Obispo Mariano Martí, dan cuenta de que los españoles comenzaron a poblar a Araure desde 1613 (M. Martí, “Libro Personal”, 1969, tomo II) es decir, siete años antes de que Hoz Berrío reconociera a Acarigua como pueblo.
¿Es aún con ello más viejo Araure, porque un memorista reconoció en el siglo XVIII que dicha comunidad había comenzado a poblarse siete años antes de que el Gobernador Hoz Berrío reconociera la condición de pueblo que ya mostraba Acarigua?. Es una discusión estéril al análisis histórico. En realidad, la ocupación hispana de las milenarias tierras aborígenes con fines poblacionales para los espacios que iban a llamarse Araure y Acarigua, ocurrieron simultáneamente a principios de 1600. No cabe duda que fue desde esta fecha cuando se inició un indetenible proceso de posesión hispana sobre los viejos territorios arawacos. La carrera por la “meritoria” antigüedad vino después.
Araure: la villa
Acarigua: el pueblo.
Para los anales históricos es un hecho reconocido que fue don Juan de Salas quien organizó o fundó la Misión de San Miguel de Acarigua hacia 1620, año en que el Gobernador Francisco de la Hoz Berrío le reconoció como pueblo hispano. A falta de un acta de fundación, el Hermano Nectario María asumió en la década de los 60 que la fundación acarigüeña debió ocurrir probablemente el día de San Miguel Arcángel, cuya fiesta eclesiástica el calendario litúrgico coloca el 29 de Septiembre.
Para los caprichosos registros signados por las fechas, Araure vino después. Aún cuando en 1778 el Obispo Martí reconoció que las primeras ocupaciones hispanas en suelo araureño ocurrieron en 1613, los documentos no recogen sino posteriores registros de fundación según el modelo hispano. Estos son: Nuestra Señora de la Concepción de Araure (1657), San Antonio de Araure (1658) y Villa de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza y Araure (1694).
Las autoridades de Araure han venido celebrando el 6 de Julio de 1694, como fecha de la fundación. En realidad esta efeméride no retrata sino la fecha de su nacimiento como Villa de Españoles y no como misión capuchina como había ocurrido antes con los antecedentes de Nuestra Señora de la Concepción de Araure y San Antonio de Araure; y aunque no es indigna tal celebración, en perjuicio de la objetividad histórica, la referida efemérides deja de lado fechas anteriores. No pocos son los percances, historietas y reveses que desde otrora hemos heredado araureños y acarigüeños por estos viejos entuertos apegados a la matemática de la antigüedad. En todo caso, como haya venido celebrándose, dichos antecedentes no demuestran sino marcadas diferencias que aún hoy en el segundo milenio cristiano, siguen caracterizando a estos pueblos hermanos.
No queda duda que Acarigua es la heredad del viejo pueblo indio de la antigua Misión de los Valles de San Miguel, y que Araure señorea con pretenciosa arrogancia su palpable abolengo de rancia villa española. Abundantes son los ejemplos que reflejan estas marcadas diferencias: los Páez, por ejemplo, por pertenecer a la llamada clase social “españoles de orilla” prefirieron residenciarse en las afueras de la Villa de Araure, antes que tropezarse cotidianamente con las incomodidades de los españoles de sangre azul que poblaban las 54 casas que en 1767 existían en Araure. Por eso Páez, quien nació junto al riachuelo de Curpa, jurisdicción de Araure, al concederle Guzmán Blanco en 1875 autonomía a Acarigua como Distrito, es celebrado por los acarigüeños y no por sus verdaderos paisanos de Araure. Igualmente, estas diferencias, de pueblos y villorrios, hicieron que los españoles agavillaran a los indios de Acarigua para que en 1813 en la Batalla de Araure peleasen para defender a España y no a los patriotas comandados por el propio Simón Bolívar. El doméstico episodio retrata a su vez, de alguna manera, el deseo oculto de los indios acarigüeños en revelarse contra sus sometedores vecinos de la Villa de Araure quienes, en 1808, casi lograron con diligencias ante la Real Audiencia de Caracas, el deseo de que se mudasen de sus inmediatas comarcas y labranzas.
Araure no es Acarigua
El cauce de este río de historias refleja el origen que diferenciaría y marcaría a Araure y Acarigua desde sus comienzos. A los ojos de la historiografía, las aguas se ha vuelto más claras: los Boraure no eran los Hackarigua, tampoco era lo mismo para el ordenamiento legal español un pueblo indio de misión que una villa se españoles. El erudito historiador portugueseño Raúl H. De Pasquali reiteradas veces lo ha afirmado de esta manera: Acarigua fue un pueblo indio que se convirtió en ciudad.
Semejantes diferencias de origen, han definido la sociología y manera de ser de estos pueblos. Por ello mal podría continuarse afirmando la contradicción histórica y lingüística de que Acarigua y Araure son ciudades gemelas, o peor aún ciudades mellizas. Es verdad que Acarigua y Araure hoy ocupan un mismo espacio y prácticamente conforman una conurbación, pero esta cualidad metropolitana no constituye el que sean ciudades gemelas. Etimológicamente “gemelo” significa que: dos o más han nacido de una misma madre, un mismo día, en un mismo vientre. Por tanto es un contrasentido, afirmar sentencias inaceptables que falsean el pasado de estos pueblos. Convencido de este espejismo en el que se siguen atrapando “entendidos” y desentendidos, en 1993 el distinguido historiador Guillermo Morón escribió: “Acarigua no es Araure (...) Acarigua es una y Araure es otra”.
Más allá de los equívocos lingüísticos, este hecho cierto toca los rasgos de la sociología araureña y acarigüeña. Aunque para el forastero, urbanísticamente Acarigua y Araure parezcan ser una misma cosa, una subterránea manera de ser, hacer y pensar, mueve los ocultos hilos que subyacen dormidos y vivos en las bases culturales de ambos pueblos.
El araureño representa la viva esencia de la tradición, el orgullo de su bolivariano pasado, la veneración de su morisca y monumental iglesia, el sentir taimado que pervive en sus serranos habitantes, la pretenciosa hispanidad de los siglos pretéritos reflejados en los rasgos arquitectónicos de sus casas. El acarigüeño, por el contrario, muestra ser más descuidado con los motores de su orgullo. Expone su vida próspera y dinámica, movida por los hilos de la agroindustria, ostenta sus centros comerciales y casi no tiene tiempo para mirar las cristianas tradiciones que en voz baja perviven en las fiestas a la Virgen de la Corteza. Mientras para el araureño, el día más importante del año lo constituye la fiesta de su Patrona la Virgen del Pilar, para el acarigüeño lo es el Natalicio del Gral. José Antonio Páez, con su emblemático sabor a fiesta de emancipación, indómita lanza o furioso corcel parecido al caballo de coleo, que es decir lo mismo hombre de siembra y agricultura. Aunque detrás de este reclamo por festejar la Gloria se esconda la vieja pugna (esto es: si en Araure peleó Bolívar, entonces en Acarigua nació Páez) tales rencillas marcan por igual los signos de una semiótica que deja en evidencia las ocultamente públicas diferencias.
No existen dudas: ni Araure es Acarigua, ni Acarigua es Araure. Ni gemelas, ni mellizas, valdrá decir mejor: “ciudades hermanas” porque juntas han criado sus afectos y desafectos y han sobrellevado sus viejas cargas. Solía vociferar por las viejas calles de Acarigua y Araure el poeta araureño Jacob Calanche (quien contrajo nupcias primero con una araureña y después con una acarigüeña) que Acarigua y Araure eran “dos alas de un mismo corazón”. Más práctico, el poeta barinés Alberto Arvelo Torrealba lo expresaba de esta manera: “Acarigua y Araure son el agridulce de un mismo limón”. Es verdad. Es una limonada que habremos de seguir tomando, y aún así, unas veces la limonada podrá ser de lima, o podrá ser de limón.
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