Durante la cuarta República:
La educación
venezolana ha devenido en un gigantesco fraude con respecto a las expectativas
que el país ha colocado en ella en cuanto instrumento de democratización, de
progreso y de modernización de la sociedad. Apenas un tercio de los alumnos que
ingresan al primer grado logran culminar su educación básica, limitándosele
grandemente a los excluidos del sistema escolar su participación futura en la
vida ciudadana y en el campo laboral.
Pero no sólo
fracasan los que abandonan tempranamente las aulas sin tener la preparación básica Los que continúan y logran
terminar esa primera fase de su formación o incluso la segunda, la educación
media, en su inmensa mayoría están mal capacitados en cuanto a habilidades
intelectuales, Así, por ejemplo, la investigación realizada por el CENAMEC sobre
los conocimientos matemáticos de los alumnos que finalizaban la educación
básica en 1984, arrojó que la media de tales conocimientos no llegaba a cinco
puntos en una escala de cero a cincuenta. Eso equivale a obtener un promedio de
dos puntos en la escala de cero a veinte. Y a pesar de las reservas y matizaciones
que necesariamente hay que hacerle, en una investigación comparada entre 31
países que realizó el Instituto Internacional para la Evaluación del Progreso
Escolar, para fines de los años ochenta,
sobre habilidades de comprensión de lectura, también entre los alumnos
que culminaban su educación básica, se reveló que nuestros estudiantes
pertenecían al último estrato en cuanto a tal capacidad, apenas superando levemente
a tres países del continente africano.
A este fracaso
extremo en la formación intelectual de aquellos que finalizan su educación
básica y media se unen dos grandes carencias o perversiones tan o más
importantes que la anterior.
La primera, es
que el sistema escolar no está logrando la conformación en la personalidad de
sus egresados de los valores y actitudes que la Constitución Nacional y la Ley
Orgánica de Educación establecen entre los grandes fines de la educación. Esos
valores y actitudes tales como el sentido de la honestidad, el respeto a los
demás, la solidaridad, el aprecio por el trabajo perseverante, el espíritu
crítico, la creatividad, no están siendo estimulados y reforzados por un
sistema escolar que se miente a sí mismo y al país en relación con sus logros
puesto que, segregando a las mayorías, ni siquiera es capaz de formar bien a los que en él continúan. La
moral que se está aprendiendo, por tanto, es la del mínimo esfuerzo, la del
«más o menos», la moral de la mediocridad.
La otra gran
debilidad o perversión es que el sistema escolar tampoco está capacitando para
el trabajo. Y ello no sólo porque apenas cerca del 20 por ciento de los
estudiantes de educación media cursa estudios técnicos o en menciones del
diversificado, mientras que el 80 por ciento continúa cursando Ciencias o
Humanidades. Sino sobre todo porque la capacitación para el trabajo, más que
ser un asunto de conocimientos o destrezas específicas, contemporáneamente se
entiende como relativa al apresto de habilidades intelectuales básicas y a la consolidación en la personalidad de
actitudes y valores favorables al trabajo, que no se están logrando. El modo de
funcionamiento del sistema escolar explica en gran medida los negativos rasgos
señalados anteriormente. Ese sistema, sintéticamente hablando, se articula en
torno a tres grandes funciones: la de ejecución, la de control y supervisión, y
la de definición de políticas, planificación y toma de decisiones.
La de
ejecución se realiza en los planteles y en las aulas. Es ejercida casi en
exclusividad por los docentes, en la medida en que las comunidades educativas
son normalmente las «convidadas de piedra» en el proceso y que los estudiantes
suelen ser considerados en la práctica como meros receptores de una enseñanza y
no como agentes de su propia formación. La función de control y supervisión es
ejercida por los directores, supervisores y directivos de zonas educativas y
direcciones estadales de educación. En este nivel se aprecian grandes desfases
que brevemente se enunciarán: los directores conducen poco el proceso pedagógico
porque los atosiga el papeleo administrativo y carecen de competencias básicas
que deberían tener en cuanto al manejo de su equipo. Los supervisores son
excesivos, están mal distribuidos y han perdido como cuerpo el sentido primordial
de su función: estimular y orientar las mejoras del proceso educativo. Entre
las zonas educativas y las direcciones estadales de educación no existe la suficiente comunicación y coordinación y
las primeras no tienen, a pesar de las directrices de desconcentración que se
establecieron hace ya un cuarto de siglo, suficientes competencias para atender
y resolver sus problemas y necesidades. Las funciones de definición de
políticas, de planificación y evaluación, son las pertinentes al nivel central
del Ministerio de Educación, las cuales ha venido realizando con muy precaria
investigación sobre los procesos y con una limitada información relevante.
Lo que se
planifica y decide a nivel central se hace, por lo tanto, muy aleatoriamente.
Lo que sí se ha ejercido es un estricto control desde el punto de vista
clientelista-partidista sobre los ingresos, traslados y egresos del personal.
Ocupando tantas energías en tan nefasta tarea y en otras tan aldeanas como la
revisión, una por una, de la programación docente anual de cada plantel, el
nivel central del Ministerio ha dejado de ser el inspirador y orientador de la
renovación institucional y pedagógica y
el evaluador de los factores que intervienen en el proceso educativo en orden a
promover la constante mejora de su calidad.
Pero este
sintético y descarnado diagnóstico estaría incompleto si no planteásemos ante
el país que no está todo perdido. Porque si bien los problemas son inmensos y
la tarea a realizar vasta y exigente, tenemos la convicción de que es posible
realizarla. ¿Con qué y con quiénes contamos? Con muchos, con miles de docentes,
ubicados en los más variados roles dentro del sistema escolar, que no han perdido,
en medio del deterioro progresivo que lo
ha venido debilitando, su mística y su
capacidad de innovar para mejorar y transformar.
Son muchos más
de lo que se cree los educadores que han sostenido lo sano que le queda a este sistema.
Unos cuantos están en los planteles de
calidad, oficiales y privados, que se han mantenido o desarrollado. Muchos más
están dispersos en los planteles de la educación en deterioro. Con ellos en primer
lugar y con una política de estímulo hacia los que se han dejado vencer
temporalmente por las dificultades y la
rutina, iniciaremos la rehabilitación de nuestro sistema escolar.
Y también con
la reserva de las inquietudes existentes entre los padres y representantes y
entre los estudiantes creemos posible iniciar el cambio necesario, de acuerdo con
los objetivos, las políticas y las líneas de trabajo que se expresarán.
QUE DA DE
PARTE DE NOSOTROS QUE TRANSFORMEMOS EL SISTEMA EDUCATIVO EN ESTE NUEVO MOMENTO HISTÓRICO QUE NOS HA TOCADO VIVIR.
LO ESTAMOS
LOGRANDO
PROF. MIGUEL
HERNANDEZ.
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