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EDUCAR CON ALEGRÍA
Fuente:
De antonioperezesclarin en 16 de noviembre de 2024
En estos tiempos tan inciertos y problemáticos, en los que abunda el sufrimiento y la tristeza, debemos insistir en la pedagogía de la alegría, que es un valor fundamental del ser humano. Por ello, hay que proponerla y cultivarla. Al alumno hay que tratarlo con alegría que es el signo que acompaña siempre a cualquier tarea creadora. Hacer feliz a un niño es ayudarle a ser bueno. Si hay alegría, hay motivación, deseos de aprender. Si en los centros educativos brilla la alegría, habremos conseguido lo más importante.
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La alegría afirma la dignidad y el valor absoluto de cada alumno. Si el educador no se alegra por la existencia de su alumno, en el fondo lo está rechazando y negando. En consecuencia, la pedagogía de la alegría sólo será posible si cada educador acude con el “corazón maquillado” de dicha al encuentro gozoso con sus alumnos. El maestro o profesor debe ser el personaje más entusiasta y alegre del salón. Si él está alegre, convertirá su salón en una fiesta, pero si está amargado o aburrido, su clase será un fastidio. Un educador alegre se esfuerza por apartar sus preocupaciones y problemas y se mantiene siempre positivo y cercano, con una sonrisa en sus labios. Una sonrisa negada a un estudiante puede convertirse en un pupitre o una silla vacíos
Yo comprendo la estampida de cientos de miles de educadores que han abandonado las aulas porque lo que ganan no les alcanza para malcomer o para trasladarse al lugar de trabajo, y se dedican a otras actividades más productivas o han decidido abandonar el país con la esperanza de construir fuera, para ellos y sus familias, el futuro mejor que aquí se les niega. Pero los que nos quedamos, debemos emprender una reflexión profunda para que el quedarse no sea un acto de resignación y lamentaciones, sino que sea una opción decidida que se traduzca en trabajar por derrotar la resignación y el miedo, y afianzar la resiliencia, el compromiso y la solidaridad. Para ello, necesitamos ser educadores corajudos, valientes, creativos, que asumimos la educación como un medio fundamental para producir vida abundante para todos. Estamos en la sociedad del conocimiento y hay un consenso generalizado a nivel mundial de que la educación es el medio fundamental para combatir la violencia, construir ciudadanía y lograr un desarrollo humano sustentable. Para la reconstrucción de Venezuela y la gestación de un mundo mejor, los educadores somos imprescindibles. Por ello, si bien la crisis del país ha llevado a desprestigiar y abandonar la educación, no podemos ir contra la historia y vendrán pronto días en que la educación de calidad para todos pondrá los cimientos sólidos para una Venezuela próspera, productiva y en paz. Eso va a suponer, entre otras cosas, que la opción de quedarnos en Venezuela vaya acompañada de una revalorización de nosotros y de nuestra profesión de educadores, que por supuesto, debe traducirse también en la exigencia de unos sueldos que nos permitan vida digna, la posibilidad de seguirnos formando, y realizar nuestro trabajo con entusiasmo, responsabilidad y creatividad. Si queremos acabar con la pobreza de la educación, debemos acabar primero con la pobreza de los educadores.
La pedagogía de la alegría debe impulsarnos también a convertir nuestros centros en lugares de vida, de defensa de la vida y de convivencia solidaria de modo que todos nos sintamos apoyados, valorados y atendidos. Los alumnos, en especial los más carentes y necesitados, deben sentirse en los centros educativos protegidos y queridos, de modo que quieran ir a la escuela, y que el tiempo que pasen en ella sea un tiempo grato, productivo, de amistad y que remedie alguna de sus carencias. Esto va a suponer agudizar los oídos para aprender a escuchar no sólo sus palabras y llantos, sino los temores, el hambre, la soledad, la tristeza, y cultivar palabras y gestos que siembren la valoración, la cercanía y el amor.
Atrevámonos a innovar, proponer, soñar, convertir nuestras actividades en una fiesta. La verdadera alegría, que no viene de afuera, de las cosas, sino que mana de adentro cuando se ha aprendido a vivir en la verdad y en el amor, es siempre subversiva de este mundo inhumano y excluyente. Es una alegría esperanzada, más fuerte que los cansancios y las aparentes derrotas. Esta alegría, que brota de la compasión y el compromiso, se convierte en fuerza para combatir todo lo que ocasiona tristeza y dolor, para así construir la civilización del amor, donde sea posible la felicidad para vivir.
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— CARMEN TERESA MOLINA (@CARMENLacatira) 16 de diciembre de 2016
Fuente: Antonio Pérez Esclarín
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LA DEVALUACIÓN DE LA PALABRA
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De antonioperezesclarin en 3 de noviembre de 2024
En estos tiempos de postverdad, estamos asistiendo a una creciente y gravísima devaluación de la palabra que expresa y mantiene la abrumadora devaluación de la ética y de la política. Vivimos intoxicados de retórica, de palabras huecas, sin verdad. Dichas sin el menor respeto a uno mismo ni a los demás, para confundir, para engañar, para ganar tiempo, para triunfar, para sacudirse de la propia responsabilidad. Ernesto Sábato deplora la pérdida del valor de la palabra y añora los tiempos en que las personas eran “hombres y mujeres de palabra”: “Algo notable –escribe- es el valor que aquella gente daba a las palabras. De ninguna manera eran un arma para justificar los hechos. Hoy todas las interpretaciones son válidas y las palabras sirven más para descargarnos de nuestras actos que para responder por ellos”.
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Pero será imposible resolver los gravísimos problemas del país y del mundo, si la palabra no tiene valor, si lo falso y lo verdadero son medios igualmente válidos para lograr los objetivos, si proliferan libremente los bulos y las fake news, si ya nunca vamos a saber qué es verdad y qué es mentira, si no hay intención de cumplir con lo acordado y prometido. Vivimos en una especie de Torre de Babel en la que, al matar el valor de la palabra, es imposible comunicarnos y entendernos. Por ello, necesitamos un nuevo Pentecostés, que nos lleve a entendernos a pesar de hablar lenguas diferentes y nos llene a todos de valor para trabajar juntos y con desinterés por construir un país y un mundo mejor.
En consecuencia, necesitamos políticos y funcionarios que aprendan a callarse para poder escuchar el clamor de los que sufren y puedan escucharse a sí mismos, escuchar la voz de sus conciencias para responderse con sinceridad qué buscan, qué pretenden, y si les interesa la suerte de sus conciudadanos o les interesa más la suya. Políticos decididos a abandonar la retórica y la mentira, capaces de hablar tan sólo palabras verdaderas y amables, que no ofenden ni amenazan, que buscan unir y no dividir. No olvidemos que, como decía José Martí: “El mejor modo de decir es hacer”. O como expresa el viejo refrán castellano: “Obras son amores y no buenas razones”. Sólo palabras-hechos, sólo la coherencia entre discursos y políticas, entre proclamas y vida, entre promesa y realidad, y la pasión inquebrantable por la verdad, nos podrá liberar de este laberinto que nos asfixia y nos destruye.
Políticos dispuestos siempre a evitar toda palabra falsa, ofensiva, hiriente, que siembra discordia o violencia. Recordemos que, por lo general, las peleas comienzan con insultos y los genocidas necesitan justificarse con la descalificación verbal del adversario, que crea las condiciones para el maltrato e incluso la desaparición física. ¿Por qué tenemos que ofender y considerar como enemigo a alguien sólo porque piensa de una forma distinta y pide rectificaciones profundas al palpar y sufrir los penosos resultados de las políticas implementadas?
Necesitamos recuperar una palabra cercana y sincera que posibilite y favorezca la verdadera comunicación. Comunicarse es abrir el alma. Con frecuencia, hablamos y hablamos, pero no nos comunicamos. Y las palabras son trampas con las que nos ocultamos. Por eso, palabras tan graves y tan serias como “lo juro”, “lo prometo”, “te amo”, “cuenta conmigo”… encierran con frecuencia la traición, la mentira, la utilización. Si Jesús dijo “la verdad les hará libres”, la mentira encadena, oprime, esclaviza y sobre la mentira no será posible construir la verdad.
@Psicopedagogoasuorden
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— CARMEN TERESA MOLINA (@CARMENLacatira) 16 de diciembre de 2016
Fuente: Antonio Pérez Esclarín
SUEÑO Y ME COMPROMETO
De antonioperezesclarin en 25 de octubre de 2024
Educar es sembrar y cultivar la esperanza. Si no tenemos esperanza e ilusión, estamos muertos como educadores. Educar no puede ser meramente un medio para ganarse la vida, sino que tiene que ser un medio para defender la vida, para dar vida, para provocar las ganas de vivir con autenticidad y con libertad. Por ello, es imposible educar sin esperanza y nadie puede ser educador sin vocación de servicio. El verdadero maestro asume la aventura apasionante de permanecer fiel a la tarea de implantar una sociedad justa y tolerante.
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Hace tiempo leí la historia de un buen cura que se quejaba de que muchos se confesaban de haber tenido malos sueños, pero nadie se confesaba del pecado mucho más grave de no soñar. Todas las grandes conquistas de la humanidad comenzaron con el sueño de alguien o de algunos, y el compromiso tenaz y valiente de hacerlo posible. Por ello, fueron capaces de provocar el entusiasmo, y movilizar las voluntades y vidas de muchos, y el sueño se hizo realidad. Nada importante se ha logrado nunca sin esfuerzo, sin coraje, sin entrega. Por ello, los educadores somos los “disoñadores” de la nueva educación.
Anatole France decía que nunca se da tanto como cuando se da esperanza, y que no hay peor ladrón que el que roba los sueños. A su vez, Paulo Freire, el Padre de la Educación Liberadora, en su obra “Pedagogía de la Esperanza” nos insiste en que la educación exige la convicción de que es posible el cambio, implica la esperanza militante de que los seres humanos podemos reinventar el mundo en una dirección ética y estética distinta a la marcha de hoy. “No entiendo –nos dice Freire- la existencia humana y la necesaria lucha por mejorarla sin la esperanza y el sueño… La desesperanza nos inmoviliza y nos hace sucumbir al fatalismo en que no es posible reunir las fuerzas indispensables para el embate recreador del mundo… No es posible luchar si no se tiene mañana, si no se tiene esperanza…No es posible pensar en transformar el mundo sin un sueño, sin proyecto. Los sueños son proyectos por los que se lucha. Su realización exige esfuerzo, coraje, vencimiento”.
Aceptar el sueño de una Venezuela reconciliada y próspera exige participar activamente en su creación. Perder la capacidad de soñar es perder el derecho a actuar como ciudadanos, como autores y actores de los cambios necesarios a nivel político, económico, social, educativo y cultural. Por ello, frente al “Pienso, luego existo”, raíz de la modernidad; el “Compro, luego soy”, basamento de la postmodernidad consumista y hedonista; o el “Me conecto luego soy” de la modernidad líquida, debemos levantar el “Sueño y me comprometo, y así voy siendo” de la esperanza activa. Sueño, soñamos, y nos comprometemos con coraje y entusiasmo a construir nuestros sueños de un país justo y libre.
Pero necesitamos educar la esperanza, para superar la ingenuidad y evitar que resbale hacia la desesperanza y la desesperación. Tan negativo es el discurso fatalista, inmovilizador, que renuncia a los sueños y niega la vocación histórica de los seres humanos, como el discurso meramente voluntarista y triunfalista, que confunde el cambio con el mero deseo o la proclama del cambio.
Necesitamos, por ello, de una esperanza crítica, no ingenua, que necesita del compromiso tenaz y combativo, y de una gran coherencia entre palabra y vida. En consecuencia, a seguir trabajando con entusiasmo, sin achantarnos ni rendirnos, por una sociedad reconciliada y próspera, donde la defensa de la Constitución y de los Derechos Humanos nos señalen el camino y configuren nuestras
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— CARMEN TERESA MOLINA (@CARMENLacatira) 16 de diciembre de 2016
Fuente: Antonio Pérez Esclarín
AMAR A VENEZUELA
De antonioperezesclarin en 25 de octubre de 2024
Venezuela, repitámoslo con convicción y fuerza especialmente en estos días, es un país privilegiado, lleno de encantos y prodigios, que Dios lo debió crear en una tarde en que andaba especialmente feliz. Cuando en 1498, Cristóbal Colón llegó a tierras venezolanas, quedó tan impresionado con su belleza que creyó que había llegado al Paraíso Terrenal. Sus ojos ardidos de tanta luz y tanto verdor trataban en vano de captar toda la hermosura. Y de su asombro y admiración, brotó el primer nombre de Venezuela: Tierra de Gracia.
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El nombre definitivo, Venezuela, hija del agua, nació del asombro de los hombres de Ojeda, en especial del italiano Américo Vespucio, ante el paisaje de esos palafitos a la entrada del lago de Maracaibo, que temblaban en el agua como garzas de madera.
Realmente, Venezuela tiene enormes potencialidades, y no sólo cuenta con inmensas riquezas de materias primas: petróleo, hierro, oro, aluminio, pesca, productos agrícolas y ganaderos, agua y potencialidades turísticas…, sino que es imposible imaginar un país más hermoso. Cuenta con un sol inapagable, playas exquisitas de aguas cristalinas sobre lechos de coral (Morrocoy, Los Roques, Mochima, Playa Colorada, Araya, Margarita, Choroní,, Cata, Adícora, Villa Marina…); ríos majestuosos que van culebreando entre selvas infinitas; desiertos y medanales que día y noche avanzan sin descanso con sus pies movedizos de arena; llanuras inmensas pobladas de historias, corocoras y garzas, donde los horizontes, como las estrellas, se van alejando a medida que uno los persigue; árboles frondosos que parecen sostener el cielo con sus brazos; lagos y lagunas encantadas, pobladas de leyendas y de magia; tepuyes, castillos de los dioses, que levantan sus frentes para asomarse al espectáculo increíble de la Gran Sabana; saltos, raudales y cascadas que van susurrando con sus labios de agua el amanecer de la creación; islas paradisíacas que parecen estrellas caídas en el inmenso cielo azul de nuestros mares; una enorme serranía habitada por el frailejón, el silencio y la soledad; pueblitos montañeros que se acurrucan en torno a su iglesia protectora y se trepan a las raíces de la niebla y del frío; una colosal montaña que agita su blanca bandera contra el cielo; en marzo y abril, Venezuela llamea en los brazos de sus curarires y araguaneyes; todas las tardes Dios se despide de nosotros en los crepúsculos de Lara y en los atardeceres de Juan Griego y acuna nuestros sueños con el guiño sublime del relámpago del Catatumbo.
Pero la riqueza y belleza más importante de Venezuela es su gente: trabajadora, amistosa, creativa, alegre, amante de la libertad.
Venezuela debe enfrenta el reto del reencuentro y la reconciliación, de modo que recuperemos y llenemos de sentido la democracia, entendida como un poema de la diversidad, con gobernantes capaces y profundamente éticos, ejemplos de vida; con instituciones eficientes, que resuelvan problemas y poderes autónomos que se regulen unos a otros, de modo que todos los venezolanos nos constituyamos en genuinas personas y auténticos ciudadanos, sujetos de derechos y deberes, iguales ante la ley. A pesar de los graves problemas que estamos viviendo, los venezolanos no podemos renunciar a la esperanza y debemos seguir trabajando con tesón, ilusión y pasión, por constituirnos en una nación moderna, eficiente y solidaria, en la que todos podamos vivir con dignidad y, al mirarnos a los ojos, nos veamos y tratemos como conciudadanos y hermanos.
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Fuente:Antonio Pérez Esclarín
NECESITAMOS IMITAR A JOSÉ GREGORIO
De antonioperezesclarin en 25 de octubre de 2024
La celebración de los 160 años del nacimiento del Beato José Gregorio Hernández, posiblemente el personaje más conocido y querido en Venezuela, debería motivarnos a vivir y cultivar sus valores humanos y cristianos, tan necesarios para reorientar a Venezuela por los caminos de la reconciliación, la convivencia, la prosperidad y la paz. Entre ellos, la responsabilidad, la honestidad, el esfuerzo, su dedicación al estudio y el trabajo, su desprendimiento y generosidad que le llevaban a atender a los más pobres sin cobrarles e incluso les regalaba las medicinas, su fe valiente y encarnada en el servicio a todos, su respeto a los que pensaban de un modo completamente distinto a él, la piedad, el amor a la familia, a la iglesia y al país.
Si bien todo el mundo lo conoce como “el Médico de los pobres”, pocos saben que este trujillano eminente que nació en Isnotú el 26 de Octubre de 1864 y murió en Caracas, el 29 de Junio de 1919, a los 54 años, atropellado por uno de los pocos carros que entonces existían, además de ser un médico eminente, fue un celebrado profesor universitario; un políglota pues hablaba francés, inglés, alemán, italiano; un gran investigador y un científico que se esforzó por incorporar los aparatos y adelantos de la medicina que aprendió en Europa y en Estados Unidos. Fue también filósofo, un hombre apasionado por su formación permanente, pero no para acumular currículo y creerse superior a los demás, sino para poder ejercer con calidad creciente su papel como profesor y como médico. Hombre de una gran piedad, de oración continua y misa diaria, testimonió con gran valor su fe católica, en momentos en que en los ambientes intelectuales donde él se movía, la fe y las prácticas religiosas se consideraban propias de gentes incultas, pues se pensaba que la ciencia estaba acabando con los fundamentos de la religión. Tres veces intentó hacerse sacerdote pero los problemas de salud se lo impidieron, y él, siempre fiel a la voluntad divina, comprendió y aceptó que Dios quería que ejerciera su apostolado como laico y viviera su profesión de médico como un verdadero sacerdocio al servicio de los demás.
Su figura adusta y seria, con sombrero de copa y traje negro formal, que aparece en las imágenes que abundan en todos los rincones de Venezuela, puede hacernos creer que era un hombre excesivamente serio y distante. Sin embargo, sabemos que le gustaban las fiestas, tocaba el piano, era buen bailarín, se enamoró en su adolescencia, y muchas jóvenes suspiraban por él y se ilusionaban con la esperanza de que José Gregorio se fijara en alguna de ellas. Amó siempre profundamente a Venezuela, se esforzó por modernizarla y sacarla del atraso y la miseria, y hasta muy pocos saben que fue uno de los primeros en alistarse como voluntario para combatir a las fuerzas extranjeras cuando, en 1902, siendo presidente Cipriano Castro, bloquearon las costas de Venezuela.
José Gregorio es un personaje apasionante, expresión de esos valores profundos sembrados por la familia en el corazón de esa Venezuela rural, retrasada y pobre, pero de una gran vitalidad. En tiempos muy difíciles, en una Venezuela devastada por las guerras, las enfermedades y la miseria, José Gregorio fue labrando su camino exitoso y ejemplar tanto en lo profesional como en el campo espiritual a base de esfuerzo, tesón y mucho sacrificio. Su beatificación y su esperada santificación, que esperamos sea muy pronto, debe ser una gran oportunidad no solo para conocer y admirar más y mejor a José Gregorio, sino para imitarlo y hacer nuestros sus valores .
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— CARMEN TERESA MOLINA (@CARMENLacatira) 16 de diciembre de 2016
La pregunta que planteas sobre la educación conductista y autocrática del siglo XIX y XX, y su comparación con la educación actual, es sumamente interesante y compleja.
En efecto, durante el siglo XIX y gran parte del XX, la pedagogía conductista, inspirada en las teorías de psicólogos como John B. Watson y B.F. Skinner, dominó gran parte de las prácticas educativas. Esta corriente se caracterizaba por:
Pedagogos como Johann Heinrich Pestalozzi y Friedrich Fröbel, aunque pertenecientes a épocas anteriores, ya cuestionaban estos métodos y proponían enfoques más humanistas, centrados en el desarrollo integral del niño.
Afortunadamente, a lo largo del siglo XX, la concepción de la educación fue evolucionando. Influenciados por corrientes como el constructivismo, el humanismo y la psicología cognitiva, los educadores comenzaron a cuestionar la eficacia y la ética de los métodos conductistas.
Los cambios más significativos incluyen:
Afirmar que la educación de "otrora" era mejor o peor que la actual es una simplificación excesiva. Cada época tiene sus propios desafíos y ofrece diferentes oportunidades educativas.
Algunos argumentos a favor de la educación actual incluyen:
Sin embargo, también existen desafíos en la educación actual:
En conclusión, la educación es un proceso en constante evolución. Si bien hemos avanzado significativamente en la comprensión de cómo aprenden los niños y en la creación de ambientes de aprendizaje más efectivos, aún queda mucho por hacer.
Para responder a la pregunta inicial, podemos afirmar que la educación actual, en general, es más humanista, inclusiva y respetuosa con los derechos de los niños que la educación conductista del pasado. Sin embargo, es importante reconocer que aún existen desafíos que deben ser abordados para garantizar que todos los estudiantes tengan acceso a una educación de calidad.
¿Te gustaría profundizar en algún aspecto particular de este tema? Por ejemplo, podríamos analizar las implicaciones de la educación en línea, las diferencias entre los sistemas educativos de distintos países, o las teorías pedagógicas más recientes.
@Psicopedagogoasuorden
@MiguelHernández