Pueblos de Magdaleno, penetrado del más acervo dolor lleno hoy el más triste deber: El Padre de la Patria no existe, las calamidades públicas y la horrible ingratitud de sus enemigos lo han conducido al sepulcro.
El 17 del corriente a la una de la tarde él ha muerto víctima de su consagración a la Patria, un fin prematuro, el premio de sus heroicos sacrificios, y las lágrimas de sus fieles amigos, y el tardío arrepentimiento de sus gratuitos enemigos no podrán ya volver la vida al que tantas veces la dio a Colombia.
La lápida que cubre sus restos venerables los separa para siempre de nosotros, en los momentos en que el grito nacional lo vindicaba llamándolo como la única esperanza de la Patria. La muerte no los arrebata, y el cielo ha recibido ya el bienhechor de un mundo.
Ciudadanos, el Libertador os ha consagrado hasta los últimos instantes de su preciosa existencia, oíd su voz, y respetemos con santo recogimiento sus postreros deseos, que deben ser una Ley sagrada para nosotros, y desgraciados si llegamos a violarla, la ruina nacional sería el más infalible resultado, y Colombia terminaría su existencia con la de su ilustre fundador.
Ciudadanos, el Libertador al dejarnos para siempre nos encarga que nos unamos, que trabajemos todos por el bien inestimable de la unión, y obedezcamos al actual gobierno para liberarnos de la anarquía. Correspondamos pues a su encargo, marchemos unidos y juremos sobre su felicidad, tumba de ser fieles a los deseos que le inspiraron sus últimos votos por la felicidad de la Patria, así honraremos su memoria y saldaríamos una inmensa deuda de gratitud.
Cartagena, diciembre 21 de 1820. Juan Francisco Martin.
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