El alma de los libros
“…Cada libro, cada tomo…tiene alma, el alma de quien le escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte…”.
Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento
Tener un libro a la vista de nuestros ojos y sentidos, significa en parte, tener la posibilidad de traspasar su discurso, descubrir su misterio y acercarnos a su magia. Un libro es, según sea su forma o estructura, un territorio laberíntico que podemos recorrer para explorar cosas que suceden o han sucedido a los hombres en el transcurso de su historia.
Sobre piedra, barro o pergamino los hombres del mundo han registrado sus descubrimientos y hazañas, dibujado signos y símbolos para representar ideas, costumbres, miedos, o señalar rutas y marcar caminos.
En el México antiguo, por ejemplo, los códices o las cartillas son antecedentes cercanos a la concepción de lo que hoy es y representa un libro. En este sentido, cada grupo o comunidad ha conformado una tradición libresca para darle identidad y pertenencia a su pueblo y su cultura.
Los libros contienen tonos y códigos distintos, de acuerdo al lugar y el tiempo de escritura; la biografía y conocimientos de su autor; según guarden aquello relevante y necesario para el alma y espíritu de los lectores; según posean el dato urgente para intuirnos o reconocernos; o surja un diálogo activo y palpitante hacia otros lugares y momentos, que el autor o autores desgajan, inventan o construyen para estrujarnos o elevarnos el alma y la conciencia. Los libros cumplen de pronto, con aquello que dice Francisco de Quevedo en estos famosos endecasílabos:
“…Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con los ojos a los muertos…”
El libro, en su función de reflexionar, deleitar, mostrar, enseñar, asombrar o relatar, es, en sí mismo, unidad de forma y contenido; un complejo diverso que nace o se concibe para enriquecer la vida social, cultural, académica, científica, literaria o filosófica de un lector o una comunidad de lectores; en este sentido, el libro trasciende las fronteras de lo subjetivo e individual hacia territorios comunes donde habitan experiencias y saberes que forman parte de la civilización y la historia de la humanidad.
Y porque el mundo cambia, la tecnología y el arte han hecho del libro una obra ubicua, que puede estar en todas partes, y en medio de atmósferas antes impensables; leer un texto que mora detrás de una pantalla o tener enfrente un libro con hojas de papel, con cubierta de cartón o pergamino, crea e infunde sensaciones distintas; pero, descargar un PDF o comprar un libro en la librería, no trastoca ni cambia el acto mismo de leer, penetrar y explorar en los rincones visibles o invisibles de los textos.
Para quienes el libro objeto es casi un fetiche, resulta necesario el contacto con la textura y el olor del papel y de la tinta, más aún, se busca la sensación de ver en letras de tipología moderna o exótica el nombre de autores importantes como José Saramago, Carlos Fuentes, Ray Bradbury o Gabriel García Márquez, ese hecho, y tocar la pasta del volumen, o poseer el título deseado, conforman experiencias excitantes para el lector, sin embargo, quien va sencillamente por el contenido, puede leer en cualquiera de las pantallas electrónicas y disfrutar de igual forma la lectura en espacios que distan mucho de ser una biblioteca o un estudio ad hoc y confortable, incluso, puede prescindir de una mesita de estar, bajo una lámpara confidente e íntima; el acto de leer encierra en sí mismo un placer y un gozo, un asombro. Entonces, la revolución electrónica no impide que el libro como tal, cumpla su misión transformadora. En este contexto apologético del libro, discurre lo siguiente Carlos Ruiz Zafón, “…Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte…”
Así, la fuerza del libro se encuentra en su escritura, trama que proviene del autor, su estilo y las bondades de su arte. La seducción del lenguaje no es exclusiva del poeta o el literato; un antropólogo, un científico o un historiador, puede conseguir encantarnos y hacernos asiduos seguidores de las virtudes de su obra. Los escritores, dice Saramago, producen “libros de paso”; de paso a una conciencia, de paso a un tiempo, de paso a una época, de paso a un conocimiento o de una ensoñación a otra.
Imaginar que alguien organizó el lenguaje para mostrarnos una idea, una metáfora o un conocimiento y saber que ese alguien posee una voz suave o dura, estridente o profunda que puede transformarnos, significa ceder para dejarnos arrobar por el alma y la fuerza de los libros. Fuerza y poder que tienen las voces y murmullos que nacen de la pluma del escritor o provienen de la mente y la conciencia de los personajes, para hablarnos de cosas que nos enseñan o matan, o nos sacuden y trastocan. Cualquier operación consciente o inconsciente que ejerza en nosotros el alma de los libros, vale para iniciar un recorrido intenso por “el libro y sus orillas” y estar alerta porque, de pronto, algo saltará y se moverá en nuestro interior para alterar el ritmo existencial y dirigir la percepción del mundo hacia otros tiempos y lugares, y así, inventarnos con otros modos de ser para la vida y la existencia.
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