Cuando me invitaron a elaborar este prólogo, yo le dije a mi gente de
Integración y Solidaridad que esta sería la tarea más fácil que me habían
asignado en años. Pues bien, ¿quién no recuerda con cariño a alguno que otro
maestro que pasó por nuestras vidas dejando una verdadera huella? ¿Quién
no recuerda con cariño a ese ser tan especial que nos abrió puertas e iluminó
nuestro camino?
Muchas personas ejercen sus profesiones por acaso o apenas por la
compensación financiera; sin embargo, el profesor no, para enseñar es
necesario vocación, don, abdicación, entrega y amor, cualidades que sólo los
iluminados tienen. Y ¿quién irradia más luz que el profesor, quien a pesar de
todas las barreras y de todas las penurias que pasa, jamás desiste de su noble
misión?
¿Qué vocación es más gratificante y más noble que la tuya, querido
profesor?
Sólo tú eres capaz de arrancar una sonrisa en cada objetivo alcanzado.
Gracias, maestro(a), por las horas que me dedicaste, por la paciencia, por
el cariño, por tu mano amiga, por la visión madura que hoy tengo del mundo,
por el coraje que tengo de superar las barreras que la vida me impone, por
todo lo que soy…
La perpetuidad florece en tus palabras,
En la entrega generosa de tu saber,
Pintas el mundo a colores mientras enseñas,
En un ABC persistente que ayuda a crecer.
Con colores brillantes reflejas la naturaleza,
En dibujos geométricos repletos de magia,
Hablas de letras, matemática o biología
Como quien cuenta a los niños una historia.
Es necesario recordar aquellos(as) que un día nos hicieron ver el mundo
con ojos diferentes. La historia de la humanidad, la trayectoria de los pueblos,
la construcción de las civilizaciones, la edificación de las culturas, el
surgimiento de las naciones, el avance de las ciencias, las conquistas de la
raza humana, todo, rigurosamente todo, sin excepción de nada a lo largo de
los siglos, existió, existe o existirá sin que, en algún momento o en todo el
tiempo, haya estado en el centro, el trabajo de un maestro.
Lo dijo Simón Bolívar: “El objeto más noble que puede ocupar el hombre
es ilustrar a sus semejantesAlgunos dicen que cualquier ilustrado puede fácilmente enseñar a los
demás lo que sabe, pero eso no es bien así, como dijo Cicerón: “Una cosa es
saber y otra es saber enseñar”. Yo creo firmemente en la sentencia de Adams,
cuando manifiesta que “un profesor trabaja para la eternidad, nadie puede
predecir dónde acabará su influencia”.
En este espacio deseo prestar un justo homenaje a la grandeza de la
postura ideal de este profesional, recordando que ningún obstáculo puede
empañar el papel destacado y relevante del maestro en cualquier sociedad.
Los profesores apasionados despiertan temprano y duermen tarde,
convencidos por una idea fija de que pueden mover el mundo.
Estamos pues ante la presencia de hombres y mujeres apasionados por
el arte de enseñar; hombres y mujeres que hicieron del aula un espacio
armónico de convivencia humana, demostrando que es ruin vivir sin amor y
enseñar sin pasión; hombres y mujeres que convirtieron sus enseñanzas en
oraciones, pero oraciones que vienen desde el fondo de sus corazones,
repletas de sinceridad, humildad y altruismo.
Por esta razón, les invito a detenerse antes de iniciar las clases y a decir:
- Dame, Señor, el don de enseñar, dame esta gracia que viene del amor; pero,
antes de enseñar, dame el don de aprender, de aprender a enseñar, de
aprender el amor de enseñar y que mi enseñanza sea simplemente humana y
alegre como el amor.
- Señor, haz que mi sabiduría ilumine y no apenas brille; que mi saber no
domine a nadie, pero lleve a la verdad; que mis conocimientos no produzcan
orgullo, pero sí crezcan y se cubran de humildad; que mis palabras no hieran
y no sean disimuladas, pero animen los rostros de quien busca la luz; que mi
voz nunca asuste y sea la predicación de la esperanza y no perpetuadora de
desilusiones.
- Dame, Señor, la presunción de ser mejor, que yo aprenda que aquel que no
me entiende, necesita aún más de mí. Dame, Señor, también la sabiduría de
desaprender.
Por estas y muchas otras razones, hoy suscribimos una Crónica más de
maestros que dejaron su huella en el espíritu de niños y jóvenes del estado
Vargas; hombres y mujeres que como decía Goolidge: “enseñaron a los
hombres, no lo que deben pensar; sino a pensar”. “Cada discípulo es la
biografía de su propio maestro” (Domingo Faustino Sarmiento).
Y no dudo cuando, escribiendo sobre estos hombres y mujeres que
dejaron su legado terrenal, recuerdo cómo cada uno(a) de ellos(as) se
identificó con un proyecto de vida y luego cómo fueron modelos de ciencia, de
progreso, de racionalidad , de pasión y de sí mismos.
Les invito entonces a comprender la sublime misión de cada uno de estos
maestros; su razón de ser mientras estuvieron con nosotros y por qué jamás
podrán ser desterrados de nuestra memoria.
HIMNO AL MAESTRO
Coro
Jubilosos, entonemos
nuestra férvida canción
al maestro a quien debemos
especial veneración.
En sus actos nos demuestra
sin igual solicitud
y nos guía por la senda
de la ciencia y la virtud.
¡Oh mentor de nuestra infancia!
con tesón, celo y constancia
de abnegado profesor;
Cuan amable… cuan afable…
en la escuela lo encontramos
y en retorno le pagamos con amor.
Si aconseja o si corrige,
es cual fiel guía que rige
por la senda del honor
y su vida consumida
de la infancia en sacrificio
nos protege contra el vicio y el error.
Gloria excelsa, honor, loanza
gratitud y bienandanza
deseamos honra y prez,
al celoso, cariñoso
bienhechor de nuestra vida,
al que queda agradecida, la niñez.
Autores:
Música: Leonardo Lis
Letra: Mario García
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